La obra artística del colombiano Iván Argote (1983) ha adquirido en unos cuantos años una densidad que desborda las aristas con que se expresa en todos los ángulos de su curiosidad poética, plástica, histórica, sociológica, humana y su exploración delirante y concreta de las sensaciones, interacciones y sentimientos humanos contemporáneos. La prestigiosa galería Perrotin, con sede en Nueva York, Tokio, París, Hong Kong y Seúl, ha venido presentando varias de sus exposiciones, la última de las cuales, "Deep Affection" (Afecto Profundo), acaba de finalizar en la sede parisina este sábado 28 de julio bajo una excepcional canícula tropical de 35 grados.
La galería, situada en la calle de Turenne, en pleno barrio dieciochesco y volteriano de Le Marais, ocupa amplios espacios en una vieja edificación dotada de una vasta entrada con escalinatas dobles y un patio con palmeras, que en este día de fuego aéreo y calor vaporoso parece un remanso de Brasil o del sudeste asiático, no lejos del Mekong o de la isla de Java, poblada de diminutos humanoides. Solo falta en la galería Perrotin el salto de los monos de las antípodas o la aparición de una miríada de pájaros coloridos o aves milagrosas de colas inmensas y floridas como la de los pavos reales, con sus ojos reproducidos hacia el infinito en un tejido de plumas.
Unas espigadas funcionarias de la galería con su trajes floridos de verano sostienen una reunión con otra de sus congéneres, una artista o periodista quizás, sentadas en torno a una mesa en ese extraño y fugaz remanso del trópico en plena ciudad que parece a la vez una instalación, porque en medio, arriba, sobre un soporte metálico, aparece la escultura de una pequeña figura humana que hace piruetas.
Con algunas consignas simples y profundas como "La venganza del amor" o "Somos tiernos", colocadas en afiches sobre las paredes de las ciudades cercanas o lejanas, con placas de cemento rosado puestas sobre las alcantarillas de los barrios abandonados en ciudades africanas, o disfrazando a los héroes representados con solemnidad hierática en las estatuas que pueblan avenidas, palacios y plazas en el mundo, Argote trata de hacer cimbrar la atención de los transeúntes y despertarlos de su estado de zombies. No hay límite posible para su arte.
Con su cámara al hombro y el objetivo alerta, Argote sale a caminar por las calles de capitales o pueblos y grita a quienes van adelante palabras de cariño como "eres bello, eres maravilloso, magnífico", usando por supuesto todas las posibilidades del género, y el artista capta así la reacción súbita de esos seres citadinos atareados o perdidos que van a toda prisa y se asombran de escuchar las caricias auditivas pronunciadas por un desconocido.
De allí, de esa búsqueda humana, surgen videos en cámara lenta donde se capta el giro del rostro y las diferentes reacciones de molestia, asco, alegría, asombro, mutismo, desesperación, incredulidad u odio. Proyectados en permanencia en un ciclo interminable, tales imágenes de la vida y la soledad modernas captadas por Argote nos cuestionan sobre el sentido y el significado de la humanidad y su largo recorrido de centenares de miles de años de vida y errancia en el globo terráqueo.
Argote es un polígrafo para el que todas las expresiones son posibles y legítimas en la búsqueda del significado del ser humano, el que habla, mira, orina, escupe, vomita, muere, roba, ríe, llora, huye, ama, canta, hace la guerra o el amor. El homo sapiens es un animal astuto, una plaga que desde sus orígenes se ha reproducido sobre la superficie, conquistando espacios solitarios o con violencia, abriéndose caminos, franqueando difíciles estrechos, montañas o mares, sobreviviendo a pestes o catástrofes naturales.
El artista puede expresarse con la proyección, por medio de un viejo aparato japonés, de una película donde los personajes hablan de la nacionalidad, del aquí y del más allá, del rojo, al azul o el amarillo, de las fotos familiares diluidas en un extraño color violeta, del Kodachrome o del Ektachrome, mientras suena la cinta al circular incansablemente en los rodillos, hasta que aparece una mano de homo sapiens, de los mismos pintados en las cavernas trogloditas de Lascaux, una mano y un dedo que tal vez puedan o no tener nacionalidad, según nos pregunta con ironía.
De allí que la última exposición, Deep Afection, explore el significado de la palabra antípoda, al filmar y explorar Neiva, en Colombia, y Palambang, en Indonesia, dos ciudades opuestas que reúnen esa condición excepcional, reducida a seis casos en el orbe. O sea que los habitantes viven exactamente al lado opuesto del globo como si las plantas de los pies coincidieran y se palparan a lo lejos. En la ciudad colombiana una mujer habla en contrapunto con un hombre al otro lado del planeta, muestran sus cédulas de identidad y hablan de la vida y el tiempo, vivencias, deseos y sueños. Seres humanos terrícolas.
En una gran sala de Perrotin se proyecta la película "As far as we could get" (Hasta donde más lejos se pueda llegar), compuesta por una decena de fragmentos donde niños, jóvenes, viejos y peatones del pueblo se expresan y cuestionan sus existencias, pues una de sus preocupaciones es la complejidad de las relaciones de vecindad, enmarcadas en un cuestionable contexto social y económico propiciado por las violentas estructuras de poder y dominación política, social y económica del mundo contemporáneo.
El espectador observa los fragmentos de la película parado sobre losas de cemento rosado donde están escritos en secuencia textos que se pueden leer en los intersticios de la proyección. Los textos pueden ser poemas o reflexiones, panfletos o aforismos que no dan la espalda al mundo o a la realidad. En uno de los fragmentos más impactante se lee el poema "La venganza del amor". Allí se le increpa al violento que todo va a cambiar porque bajo el control de las nuevas manos, "no te desollaremos, ni te aplastaremos, ni te humillaremos. Te amaremos, te besaremos, te acariciaremos y eso te va a gustar. Y esa será nuestra venganza".
"La venganza del amor" resume el proyecto poético de esta polifacética obra del artista colombiano. Argote saca el arte a la calle, a la vida, al mundo, a los suburbios y se vuelve un militante que irrumpe para tratar de cambiar las cosas impuestas por un establecimiento que nos aplasta. Al salir de la exposición de Argote se siente la fuerza subversiva del arte, el deseo de ser un permanente niño rebelde. Es su obra, pero es también la nuestra y la de todos. La obra de un habitante lejano de las antípodas.
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