Este domingo vuelven los europeos a las urnas para elegir los miembros del enorme parlamento que se reúne en la vieja ciudad de Estrasburgo, desde siempre un cruce de caminos y refugio de heterodoxos perseguidos en otros países en tiempos de inquisiciones y persecuciones religiosas. A caballo entre Alemania y Francia, Estrasburgo ha estado en manos de diversas potencias que la han conquistado en cruentas guerras, por lo que en su arquitectura se ven las huellas de los diversos poderes que la han dominado hasta su última corta peripecia en manos de los nazis para volver, tras la derrota de éstos en 1945, a la nación francesa.
Sus calles están llenas de historia, senderos medievales, una preciosa catedral gótica que nos hace soñar y es una joya de sorprendentes filigranas, palacios del Antiguo Régimen francés y de la era napoleónica, avenidas prusianas, casas de cuento centenarias que parecen sacadas de cuentos de hadas, sólidas torres de piedra y puentes que recuerdan su carácter de fortaleza y en especial varios brazos del río que la hacen parecer a veces una pequeña Venecia o Brujas poblada de cisnes o de castores que llegaron en los barcos provenientes de las Américas y ahora abundan en los canales y los meandros hídricos que llevan al glorioso río Rhin.
Los alsacianos son un pueblo distinto y original, con su propio dialecto, sus costumbres culinarias, y la especificidad de sus paisajes y casas, como lo atestiguan las diversas ciudades y pueblos de la región, situados sobre canteras de una piedra rosada que da tono especial a las edificaciones y a las plazas antiguas. Excelentes gobiernos locales han convertido a Estrasburgo en una próspera ciudad ecológica y turística con una calidad de vida excepcional, donde reinan los plácidos tranvías y hay senderos protegidos para los amantes de la bicicleta o la caminata, en medio de bosques, plazas y barrios y zonas sin rascacielos, por lo que el aire allí es puro en todas la estaciones. Acercarse a las riberas de los canales y los brazos fluviales nos inunda de oxígeno y sana humedad y a veces la bruma nos cubre como en los cuentos de misterio.
Debido a que es sede del Parlamento Europeo compuesto por 751 eurodiputados y además de grandes escuelas y empresas internacionales, hierve de cosmopolitismo, de gente que va y viene desde todos los 27 países que pequeños, diminutos o grandes componen por ahora a la Unión Europea y hablan muchas lenguas, comen, cantan, beben, se divierten, piensan y se visten de distintas maneras.
La sede circular del gigantesco congreso es una construcción moderna parecida a una torre de babel con amplios pasillos y muros de cemento coronada por múltiples banderas, pero en las noches todos esos diputados, asesores, consejeros, ayudantes, empleados abandonan la zona y se internan en las callejuelas del barrio de la Vieja Francia o en los alrededores de la Catedral, llenos de restaurantes de todas las culinarias y precios posibles, algunos del más alto nivel y otros populares como el que frecuentan los africanos no lejos de la estación central entre el bullicio nocturno.
Cervecerías, bares excéntricos, tabernas, cavas de baile donde suena el reggaeton y otros sitios generan una vida nocturna para los jóvenes que pueblan la ciudad y se divierten y beben hasta altas horas de la noche. Se diría que en Estrasburgo, a dos horas en tren rápido desde París, reina una especie de dolce vita europea que por momentos hace olvidar las guerras, el ruido de las botas y los tanques militares, las torturas y las ejecuciones, las persecuciones y el miedo tras el estruendo de los tambores de guerra y los bombardeos.
Recostados en los prados de las plazas cerca del Palacio de Justicia y en los patios de otros antiguos edificios, sintiendo el olor de la diversa variedad de árboles y vegetación, escuchando el rumor de las mínimas cascadas o corrientes acuáticas que cruzan entre calles medievales y hoteles de lujo, uno cree vivir en un oasis de calma y cordialidad, lejos del peligro, de la noche, la muerte, el silencio, el odio y el miedo.
Pero se equivoca uno si olvida que Europa desde mucho antes de los tiempos de Esquilo y Homero siempre ha estado acechada por las crueles invasiones y los sucesivos saqueos y por la memoria trágica de tiranos sanguinarios que como Atila, la condesa Bator o HiItler y Mussolini han inspirado la metáfora de Drácula o de Vlad el empalador. Siempre en riesgo de balcanización, el continente no ha cesado nunca sus guerras, la última de las cuales apenas hace algunos lustros en lo que fue Yugoslavia y que terminó con un ominoso saldo de genocidios, desplazamientos y fosas comunes y un juicio parecido al de Nuremberg.
Los imperios han surgido y caído estruendosamente como el Austro-húngaro y en este momento solo en Ucrania las cenizas ardientes de un nuevo conflicto siguen en espera de una nueva chispa que lo agrave aun más y aumente el abultado saldo de muertos causados en cinco anos de conflicto con Rusia. Italia ha vuelto con Salvini a la nostalgia de Mussolini, quien murió colgado después de reinar con sus camisas negras durante buen tiempo en alianza con su amigo germánico, el autor de Mi Lucha. En Alemania y Francia crecen los partidarios de la extrema derecha antieuropea. Gran Bretaña se debate en estos momentos en un complejo y doloroso proceso de separación de la Unión Europea prohijado por bufones, que puede terminar siendo catastrófico para todos.
Y ahora de nuevo con estas elecciones se escribirá otro episodio, pues los comicios auguran resultados altos para los euroescépticos y los movimientos de extrema derecha italianos, alemanes, nórdicos,y franceses que esperan derrumbar esa estructura comunitaria y volver a los estados naciones con su propia moneda y fronteras estrictas, o sea a una nueva balcanización, al nacionalismo, la xenofobia y a la construcción de muros de odio.
Habrá que analizar con cuidado los resultados de los comicios parlamentarios europeos que concluyen este domingo. Algunas encuestas auguran resultados no tan alegres para los defensores de una Europa unida, cosmopolita, sin fronteras, con una moneda y políticas comunes, que pueda defenderse con fuerza de la locura y las derivas del actual Nerón estadounidense o de las potencias totalitarias emergentes que la quieren débil y crecen al parecer los partidarios de derrumbar el euro, el gobierno de la Unión Europea con sede en Bruselas y hasta el mismo Parlamento que se reúne en Estrasburgo y que, como ocurrió con el Brexit, saben generar miedos, odios e incertidumbres con discursos populistas, fake news y consignas racistas que podrían llevar un día a la implosión del continente y al estallido nuevas guerras.
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