En repetidas oportunidades me he referido en este espacio a la falta de coherencia entre la política educativa diseñada por el alto gobierno y las necesidades reales de la educación palpadas en su escenario natural: la escuela. He mostrado casos y ejemplos que dan buena cuenta de este desequilibrio que, según mi parecer, es el factor más crítico y debemos intervenirlo si queremos ciertamente algún día alcanzar metas importantes en materia de calidad educativa. Pues bien, hoy quiero referirme a dos hechos puntuales que complementan los análisis pasados y que validan la hipótesis que en varios artículos he sostenido en el sentido de que la formulación de las políticas públicas en Colombia no consulta las bitácoras cotidianas de las escuelas del país.
El primero tiene que ver con la disminución progresiva de la matrícula que cada año reportan las entidades territoriales al SIMAT (Sistema de Información de Matrícula). En todas las entidades territoriales, incluidas Manizales y Caldas, se habla de los niños perdidos, de suerte que al iniciar cada año escolar las autoridades gubernamentales en casi la totalidad de municipios de Colombia hacen campañas que, dicho sea de paso, son muy generosas en materia de popularidad, para buscar barrio por barrio, puerta a puerta, a los niños que no figuran en las estadísticas. Los resultados obtenidos son siempre desconsoladores, sencillamente porque esos niños no existen, y esta es solo una de las consecuencias del comportamiento demográfico de la pirámide poblacional. El boletín técnico del DANE, publicado en 2016 y con corte a diciembre de 2015, efectivamente revela una disminución del 0,4% en los históricos de la matrícula en educación formal, con sensibles disminuciones en 21 departamentos; adicionalmente, se concluye del informe que cada año ingresan en promedio 115 mil niños a educación preescolar y egresan de grado once un promedio de 450 mil estudiantes, de modo que el decrecimiento de la población escolar en Colombia es progresivo e irreversible. ¿Tiene sentido entonces buscar a los niños que no han nacido?
Pero como si adelantar campañas para buscar a los niños que no existen fuese poco, ahora también les construimos escuelas. Es un contrasentido que mientras la población escolar decrece no por razones coyunturales, sino por razones estructurales, el gobierno nacional adelante programas de alto costo para nueva infraestructura educativa. Nunca antes en la historia de la educación en Colombia se habían adelantado tantos proyectos de infraestructura escolar como en los últimos cinco años. Si no existe demanda de nuevos cupos escolares, ¿qué sentido tiene hacer gigantescas inversiones en alistamiento de nuevas ofertas? ¿Por qué no dedicar esos recursos en mejorar las condiciones para los estudiantes existentes antes que construir nuevas locaciones para una población inexistente?
Termino afirmando entonces que hoy recobra plena vigencia la semblanza que hizo el gran maestro Arnulfo Briceño en su inolvidable bambuco “A quien engañas abuelo”, cuando decía: “…que andan prometiendo escuelas y puentes donde no hay ríos…”.
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