Fatigan los poemas largos. Se necesitan paciencia y vocación de mártir para leer los soniquetes repetitivos. Las habilidades cuadran sinónimos y rebuscan palabras para rimar cuartetos. La poesía es aire libertario, que no debiera ser yugulada por metros y cadencias que fijan número de sílabas y montan cátedra sobre las asonancias sonoras. El poeta es voz de símbolos que no pueden ser estrangulados por una cartilla de preceptos paralizantes. Encasillado en pautas dogmáticas, Walt Whitman no sería el poeta genial con el maremoto de sus iluminaciones. Las metáforas buscan espacio, horizontes que se alargan en símiles impensados. De la mente brota el fragor creativo, atormentada por perplejidades e incertidumbres.
Merecen elogios los sonetistas. Expandir un mensaje en catorce versos es una exigente labor de orfebrería que requiere precisión en la utilización del lenguaje. Hay que someter con bridas la inspiración. Se ha dicho que es más fácil escribir una novela que pulir un cuento. La primera permite el solaz festivo, una libertad sin límites para inventar y darle revoque a la fantasía. El soneto tiene la rigidez de lo breve.
Hay sonetistas de iluminación talentosa que delatan una fértil imaginación para utilizar rigurosamente los elementos de la oración. Existe un subconsciente que ilumina, instiga, orienta y fecundiza. El objetivo estético jamás se diluye en inutilidades retóricas. Para pulir el mensaje, el número catorce es una férula implacable. No obstante, la belleza, el contenido y el relampagueo metafórico no tienen necesariamente que escanciarse en simetrías armónicas.
Cansa la poesía que se excede en parrafadas superfluas, esa que amontona estrofas con exuberancia tropical. Se ha impuesto en todo la brevedad que le pone dique de contención a la verborrea que se autoabastece en farragosos parlamentos. Estorban los artificios retóricos.
Sin embargo, hay que aceptar criterios inconformes que gustan de los partos abundantes, que aplauden la cantidad y no la calidad. Igual que en oratoria y alegatos de foro. Aburre quien se apodera de la tribuna y se eterniza en ella o en los procedimientos legales el abogado con lengua diarreica y relatos kilométricos.
Todos tenemos sonetistas predilectos. Lope de Vega fue un monstruo y de todas sus composiciones, una es estatuaria: Soneto al Amor: “Desmayarse, atreverse, estar furioso, /áspero, tierno, liberal, esquivo,/ alentado, mortal, difunto, vivo,/ leal, traidor, cobarde, y animoso;/ no hallar fuera del bien centro y reposo,/mostrarse alegre, triste, humilde, altivo/ enojado, valiente, fugitivo,/ satisfecho, ofendido, receloso;/ huir el rostro al claro desengaño,/ beber veneno por licor suave,/ olvidar el provecho, amar el daño;/ creer que un cielo en un infierno cabe,/ dar la vida y el alma a un desengaño;/ esto es amor, quien lo probó lo sabe”. En Colombia abundan los que han vaciado su imaginación en cuartetos y tercetos. Centro mi preferencia en Alberto Ángel Montoya: “Pasión tardía” y “Soneto al amor”. Y en Rafael Maya: “Seremos tristes” y “Olvido”.
Se puede hablar de los sonetos en prosa. Laureano Gómez en los debates parlamentarios pronunció discursos interminables, pero sus trazos biográficos y los artículos de propósitos varios, son de pocas cuartillas. Lo suyo era lapidario y radical. Gilberto Alzate Avendaño nunca se aventuró en escribir un libro. Sí dejó esbozos perfectos sobre personajes de relieve comarcano y nacional, más otros devaneos que reflejan la inmensidad de su cultura y su estilo único, de añeja prosapia castellana. Fernando Londoño tenía pluma parsimoniosa, adjetivada y musical. Arturo Gómez Jaramillo, quien fuera Director de LA PATRIA mimaba selecciones espirituales. Era suya una biblioteca inmensa, pero además esos tomos no eran de adorno sino herramientas de trabajo para su avidez intelectual. Sus prosas son memorables por el manejo espléndido del idioma y por la gravidez de sus conceptos.
En una o dos páginas se puede resumir el contenido de un libro. En igual parvedad de palabras (simbólicamente, sonetos en prosa) se da salida a las cavilaciones que angustian el devenir humano. Para estar y ser, no se requieren logomaquias. La vida debe tener un marco de frugalidad. Está rodeada de privaciones y cilicios. Todo testimonio tiene cabida en la móvil timidez de una hoja de papel.
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