En “La Rebelión de las Masas” Ortega y Gasset incorpora un capítulo dedicado al dinero como generador de poder social. Tangencialmente, de repelús, se refiere a los “escaparates que mandan”, palabras sin solidez argumentativa en el texto aludido.
Alfonso López Michelsen hablaba de los “muebles viejos” para referirse al falaz marginamiento de la vida pública de quienes han sido presidentes. Difícilmente los exmandatarios se resignan a vivir encerrados en una campana de silencio. Odian la polilla que convierte libros en pavesa. Alberto Lleras fue dos veces jefe de Estado. Ya viejo se recluyó en Chía y su único deporte era recorrer la ciudadela en bicicleta. Guillermo León Valencia luego de salir del Palacio de Nariño quiso regresar al Senado y un manzanillo queridísimo, Mario S. Vivas, lo derrotó. Julio César Turbay no abandonó jamás la entretela electoral.
Belisario Betancur pasó voluntariamente a un ostracismo total, incrustado, porque sí, en el deletéreo parnaso de las musas, con las que cohabita pecadoramente. César Gaviria, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe viven de añoranzas que no dejan extinguir. El primero está adherido como una enredadera a la dirección del Partido Liberal, el segundo cree que por venir de tarde en tarde a pasar vacaciones en Bogotá puede ser la voz imperial en el conservatismo, y el tercero, un fenómeno, quiso ser por tercera vez el primer mandatario de Colombia, y una vocación insólita de mando, le ha dado controvertida validez para polarizar el país. Como tiene un ego mayestático, creó su propia colectividad en la que es inapelable desiderátum.
El abogado del diablo intuye otras variantes: Gaviria quiere que Simón, su hijo, llegue al Solio de Bolívar y soterradamente trabaja para él; Pastrana impulsa a su vástago Santiago para que se enganche en la alta gerencia de su Partido; y Uribe, -padre amantísimo de Jerónimo y Tomás- después de mirar para otra parte mientras ellos se hacían millonarios, querrá que más tarde, por aclamación¸ los endiosen como reyezuelos del Centro Democrático y que sus pupilos hagan proyección histórica a su nombre.
Nadie quiere ser baúl para guardar trebejos. Sin embargo, nos gobiernan desde estanterías en aparente desuso. Empezando por la tradición que es una enorme notaría. Ahí rutilan gestas, aciertos y equivocaciones, ahí está la minuta de documentos que el tiempo no destruye. Todo reposa en esa gran memoria. Pero como vivimos aquí y ahora, es preciso circunscribirnos a esta república nuestra, tan pródiga en milagros. Dentro de sus linderos, sonsaquemos personajes y circunstancias.
En esos escaparates refulge la figura de Ezequiel Rojas, sólido cimiento ideológico del liberalismo; José Eusebio Caro y Mariano Ospina Rodríguez que levantaron sobre rocas el inconmovible edificio del conservatismo, cuyas ideas sobre cómo debe ser el manejo del poder, orienta el gobierno de los pueblos. En esa inmensa estantería proyecta estela de eternidad don Simón Bolívar y muchos eupátridas tienen perennidad estatuaria. Viven espiritualmente Miguel Antonio Caro, Marco Fidel Suárez y Álvaro Gómez Hurtado, faros que le impregnaron un tono vital a todas sus ejecutorias. Están en esa holgada repisa los nombres insepultos de Laureano Gómez, Mariano Ospina Pérez y Misael Pastrana Borrero jinetes que, sobre Rocinantes incansables, entraron a caballo a la eternidad.
Caldas tiene un anaquel monumental. Ahí están Aquilino Villegas, Fernando Londoño, Silvio Villegas y Gilberto Alzate Avendaño. Ahí Otto Morales Benítez, José Restrepo Restrepo, Rodrigo Marín Bernal y Bernardo Arias Trujillo. Ahí poetas, escritores y músicos. Vivos también. Ómar Yepes Alzate, Óscar Iván Zuluaga, Pilar Villegas, Tony Jozame, Dilia Estrada, Manzur, el pintor.
No remilgaremos, con peyorativo desprecio, el mensaje que Ortega y Gasset plasmó en un sustantivo carpintero. No le diremos adiós a esas repisas donde posa un demoledor poderío espiritual. Aceptamos los anaqueles no como alcancía de metales oxidados, sino como revelación de alcurnia intelectual.
Sí, los escaparates mandan. Ahí están, en silencio eterno, nuestros mayores con sus tumbas, ahí la hagiografía de mucho prócer, el domo lírico de nuestros poetas, los “cien años de soledad” que no pudieron enterrar el alma rebelde de nuestra raza.
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