Esta noche, con la presencia de Ómar Yepes y Luis Emilio Sierra, inauguraremos en Manizales la Casa Conservadora. Félix Chica, parlamentario intrépido y optimista, que sabe de matrimonios, nacimientos y bautizos, se ha empeñado en unirnos, enterrando viejos resquemores para abrirle ventanas primaverales a nuestro Partido. La mañana de hoy fue alegre, nuestros copartidarios se vistieron de domingo, atendieron las llamadas de las campanas eclesiásticas, comulgaron y salieron ufanos de las Casas de Dios, para recibir en esta tarde el viático espiritual de un conservatismo imperecedero. Allí nos veremos. Habrá bastoneras con entusiasmos de sabor celeste, faldas de brillantes flecos plateados, multicolores serpentinas, gorros de liviana confección. Estarán los ancianos con piel de pergamino y los hombres cuajados con voces leonadas, las madres con sus hijos, las novias con sus compañeros, las colegialas, los que tienen repiques de ilusiones. Y los universitarios. Los conozco bien. Son cachorros de abogados, no solo apertrechados de jurisprudencias, sino doctos en el confianzudo manoseo de la
palabra.
Vibraremos con un conservatismo altivo, ese que nos legó Laureano Gómez, macizo en ideología, frentero en el combate, realista y fecundo cuando administra, fiscal celoso cuando le toca ejercer la oposición. Heredero de Gilberto Alzate Avendaño. Pasarán muchísimas centenas de meses, habrá alborozos con nuevos líderes, oiremos otras cadencias en las tribunas, pero ninguno con su hondo calado, ni con su centelleo, ninguno con ese medallón histórico incrustado en el corazón de Caldas.
Partido invencible, arropado con el estoicismo que Séneca diseñara. Acostumbrado a todos los climas, a prueba de ventiscas, en el desierto a veces, con glorias que retoñan, comprometido desde Bolívar hasta hoy en irrenunciables conductas de futuro. No sabe de vejeces porque es una fábrica de juventudes proceras, acoplado con una modernidad exigente, cofre de principios que gobiernan la humanidad. Partido de liderazgos. Quienes lo comandan se formaron con mente vencedora. No es una comunidad de niños bonitos, sino de guerreros, curtidos de cicatrices, itinerantes de todos los caminos, con cantimploras y morral para los veloces sustentos entre los estampidos de la guerra. Eso aprendimos de Gilberto Alzate, José Restrepo, Silvio Villegas, Rodrigo Marín y Ómar Yepes. Cuando hacemos gobiernos convocamos a los gladiadores para el ejercicio del poder.
Esas porfías que purifican la política, esos principios que encauzan, regularizan y controlan la marcha normal de los pueblos, pertenecen íntegramente a la esencia ideológica de un Conservatismo universal. Somos un partido de nobles ideales. Abominamos las libertades absolutas. Buscamos lo que es estable, el respeto a la lógica, enaltecemos la dignidad de la persona hecha a semejanza de Dios. No está en nuestro credo la cohabitación con los que hacen de la riqueza un objetivo salvaje. Ni con los que mezclan los mandamientos de Jehová con un positivismo que valora más los tintineos, los acomodos y el yantar que el esplendor de una seguridad filosófica que cohesiona nuestros pasos hacia un destino que tiene que ver con las estrellas.
Actuamos por convicciones. Es grande el equipaje ideológico que compromete nuestro accionar. No somos faroleros, ni tampoco hacemos alharacas para darle crédito a un conservatismo epidérmico. Somos de una refulgente derecha desde la entraña de nuestra madre. Así nacimos, crecimos, y así moriremos. Porque también nos cubren sus símbolos. Una bandera azul gloriosa y un himno que tamborea militarmente en nuestros corazones.
Nos purifica la adversidad, somos profetas con voz que taladra desiertos, nos encaramamos a los púlpitos con mayor firmeza cuando tratan de marginarnos de la vida pública. Nuestro decálogo hace 200 años se convirtió en ruta de privilegiada alcurnia. Aprendimos que la política no debe estacionarse en pequeñas reyertas, ni distraerse en intercambio de frívolos menesteres. Se hace con proyección, con alimento de alboradas, encuadrando su ejercicio con vocación de historia. No destruimos. Construimos. No aceleramos. Somos freno para evitar la convulsión social.
Este es nuestro Partido Conservador. A principios del siglo pasado los Gutiérrez le dieron entidad administrativa y política. Llegó después una trilogía que no se repetirá. Silvio Villegas, Fernando Londoño y Gilberto Alzate. El primero escribió libros, fue parlamentario altanero y las masas de Cúcuta, Quibdó, Pasto y Barranquilla reclaman a gritos su presencia. El segundo era garboso, pulido como un florero, orador musical. El tercero ¡Ah mi Mariscal! Fue un supergenio. Arrollador, caudillesco, huracán que todavía ruge por estas cordilleras. Vinieron luego Rodrigo Marín de clamoroso verbo, Luis Emilio Sierra apóstol y pregonero, Ómar Yepes Alzate, general insomne, sembrador de realidades palpables en toda la geografía de Caldas. El relevo ya se hizo. Félix Chica nacido y crecido entre guapos forcejeos, desconoce el descanso y madruga más que las auroras. Jorge Hernán Yepes, (a quien acompañaré) macizo predicador ideológico. Dejó imborrable recuerdo como ejecutivo en la dirección del Hospital Santa Sofía de Manizales. Juan Martín Hoyos, nieto de Aquilino Villegas, de inteligencia privilegiada, Carlos Uriel Naranjo, generoso y denodado capitán. Hagan equipo. Conformen cuadros. Asuman el liderazgo. Mediten este mensaje de Disraeli: ”…Un Partido está perdido si no recibe una constante aportación de hombres jóvenes y enérgicos”.
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