Vive Salamina en el recuerdo. Siendo un párvulo encontré cobijo en el hogar de mi tío Antonio José Ocampo para continuar estudios de bachillerato en el Colegio Pío XII regentado por los Hermanos de La Salle. Era domingo. El descanso en las vespertinas, tenía como solaz la religiosa costumbre de saborear las partituras musicales de la banda municipal. Parejas de todas las edades, novios encaramelados y penitentes solitarios, con lentos pasos hacían rotondas caminantes en torno de la plaza de Bolívar. Aquello era un muestrario de la belleza femenina, con aroma de albahaca, altiva y garbosa, y ojos de impactante fulgor. En el almácigo celeste de Salamina, retoñaba su jardín de princesas encantadas, transfiguradas en seres alados, de livianos y empinados cuerpos, con perfumado aire levantisco.
Sus hombres eran guapos. Líderes políticos de empeños obsesivos, gerentes de prósperas empresas, intelectuales nefelibatas, muchachada con agallas de gloria, todos juntos, revivían la homónima ciudad de la Grecia legendaria.
Son inolvidables sus Juegos Florales. Una princesa era calumniada de ser autora de un delito reprochable. Un fiscal de palabra tremebunda, micrófono en mano, desfigurado por la ira, pedía para ella una condena ejemplar. Hacían presencia testigos que en bella prosa o pulidos versos, rebuscaban en el muladar de las infamias, mentiras oprobiosas contra la dama en el banquillo. Llegaba luego el tropel clamoroso de los testigos que desbarataban el falso andamiaje de los perjuros. El defensor era vehemente. Presentaba documentos, destruía indicios, hacía apologías sobre la estirpe castellana de la enjuiciada y un juez severo, cerraba el incruento debate. El público, alelado, atronaba con aplausos el veredicto de inocencia.
Y los juveniles reinados de belleza. Pulidas quinceañeras prestaban sus nombres como símbolo de esas contiendas que con cohetería multicolor iluminaba las colinas del parnaso. Todo ese maremágnum de estéticas invasoras estimulaban los refugios en los condominios de Palas Atenea.
Aranzazu es mi Macondo amoroso, ahí está mi corazón. Pero Salamina es mi cerebro. Allí me saturé de besos, me deslicé sobre la tibia piel de los pecados, me encabrité sobre la coraza del verbo, me eché a nadar sobre facundias dormidas, y asumí compromisos vitales. Todas sus veredas las pisé predicando evangelios políticos, bajé y subí montañas, y en los árboles de sus campos, colgué el estremecimiento de mi palabra.
Me formé en sus centros literarios, pedí auxilio a los dioses que abastecen la mente, competí en los balcones y enamoré. ¡Ah de aquellas noches de bohemia con alegres compañeras, ah de sus amaneceres morados!
Hoy Salamina está de luto. Lucifer hizo incendios nefastos y pulverizó toda una manzana que quedó convertida en yermo de pavor. He contemplado la tristeza en el rostro de su gente. La he visto cabizbaja, encapsulada en ensimismamientos amargos. La voz vibrante de ayer, hoy es dejo apagado. Sus energías creadoras, se han dado corta licencia para llorar.
Mañana, -ya-comenzará la reencarnación de su civismo siempre latente. Un terremoto semidestruyó a Popayán y Armenia y derrumbes múltiples obligaron a la población de Gramalote a buscar abrigo transitorio en otros lares. Renacieron de las cenizas. Hoy flotan con esplendor, atropellando el porvenir.
Esa es la ruta de las estrellas. Esa es la trompeta que convoca a somatén. ¡Dios te salve, Salamina!
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