Después de sobrevivir a la muerte de mi sobrino y mi papá, quiero ser feliz. Como ellos. Nadie puede decir pobrecito Poncho que no hizo nada en la vida o qué pesar de Jorge como pasó de maluco. Tal cual he escrito aquí, fueron felices, sin ninguna duda. Y no quiero que cuando yo me muera no haya nada que decir. Y es que si me muero mañana podrán decir que fui buena persona y que Dios me tenga en su gloria, pero ni yo podría asegurar que fui feliz. Y ahora me pienso asegurar de que así sea. Quiero mandar mis miedos al infierno y purificar mi alma para vivir al fin en el paraíso, el de aquí, el de este mundo. Quiero alcanzar la gloria, pero viva. Llegar al cielo antes de morirme y viajar con las estrellas. Y desde allá soltarle al infinito mis culpas y que vea a ver qué hace con ellas. Pero que no las esparza en la tierra, sería mi condición, que no las vuelva a traer a este mundo porque la culpa es la maldición del paraíso.
Quiero bailar todos los días. Cantar todos los días. Dar mil batallas diarias. Quiero ser tan feliz como para que no me dé pesar de mí si quiero llorar todos los días. Y quiero poder quedarme callada cuando nadie me pregunta nada. Quiero recordar también por qué hace muchos años decidí no tener hijos. Y no. No fue para no traerle más problemas al planeta ni porque un hijo mío no se merezca este mundo cruel. Y sí. Mis razones fueron mucho más egoístas: siempre he querido pensar que podré morirme, o irme, cuando me dé la gana. Y no me he suicidado ni largado para ninguna parte y sí me voy a morir de vieja aquí anclada. En mis dolores. Y quiero ser tan feliz que pueda disfrutarlos. Dejarlos no, porque ahí si no me quedaría nada. Aunque al miedo sí quisiera suicidarlo.
A mis muertos recordarlos, no morir con ellos. Encadenar mis palabras y ser libre de ellas. Al mal paso darle prisa. Quiero vivir en el presente, y al futuro dejarlo en el pasado y al pasado sin futuro. Pero si mañana me muero, por favor hacer la misa en Manizales en la iglesia del Batallón y no en la de Palermo, para que después de los dos primeros bancos no se vea el resto desocupado. Cremarme de una, con mis zapatos nuevos, favor no meterme a un cajón mientras murmuran afuera dale Señor el descanso eterno y que brille para ella la luz perpetua, porque si es eterno no es descanso y si es luz no puede ser perpetua pues me es imposible vivir sin la noche, y además, porque le tengo pánico al encierro y a tenerme que quedar quieta, y también porque no quiero que me vean, pues no hay muerto malo, ni bonito. Si sucediera que me tienen que “arreglar”, como le dicen a la profanación de un muerto, que no me echen colorete rojo que me veo inmunda.
Y quiero música. Y que los que quieran se tomen un traguito. No voy a decir que no quiero llanto pues la verdad sí me gustaría naufragar en una que otra lágrima que navegue por ahí en el vino. Que la misa sea corta y no se note que nadie pronunció más palabras que las que ya están escritas en el salmo. Que guarden un manojo de mis cenizas y alguien las tire al mar, a cualquiera, al fin de cuentas, el mar es el mismo. Que lleven mi Ipod a la iglesia y al finalizar pongan la primera canción de “Mis favoritas” una que se llama Algo de mí, de Camilo Sesto, cantada por Rosario Flores, y después me lleven al osario, allá con mi papá, y nos dejen flores amarillas. Ahí cerca al aeropuerto La Nubia, a ver si muerta logro montarme a un avión de esos.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015