La vida de un embajador venezolano en la extraña, exótica y lejana Libia de Muamar el Gadafi -asesinado en el 2011 y derrocado del poder -, de eso se trata la historia de Alejandro Padrón, doctor en economía, quien desde el 2000 hasta el 2002 representó el régimen de Hugo Chávez en este país africano.
Yo fui embajador de Chávez en Libia de la editorial La hoja del norte es un libro que recoge las anécdotas de un académico que no era chavista, un embajador que no era diplomático, un aventurero que termina en una zona desértica, un país africano, islámico y lleno de restricciones; en un país en el que su presidente-dictador llevaba en ese entonces más de 40 años en el poder, vivía rodeado de amazonas, su grupo de guardaespaldas, mujeres entrenadas para su custodia que debían mantenerse solteras y ganaban más que la mayoría de funcionarios, en el que la única forma de mostrar desacuerdo por las políticas implementadas era no sacar la basura y hacer extremadamente lento el funcionamiento estatal.
Un lugar en el que “todos los empleados públicos deben asistir a los congresos del Pueblo, y si no lo hacen no tendrán derecho a sacar partidas de nacimiento y otros documentos de interés, o serán cerradas sus tiendas”.
Las relaciones entre ambos países no habían sido tan acogedoras en los 90, luego de que Venezuela apoyó a las Naciones Unidas con el bloqueo a Libia por su apoyo al terrorismo internacional, quemaron la embajada y los empleados se salvaron por poco de morir calcinados. El miedo de este episodio y de cualquier tipo de represalia por una mala decisión, acompañó a Padrón en todo su viaje. Aunque pudo reconocer un interés político entre ambas naciones y Cuba para apoyar sus respectivas revoluciones, esto sin contar el Audi que desparpajadamente le regaló el régimen al recién llegado embajador.
“A veces me preguntaba qué sentido tenía una embajada en Libia”, repite constantemente, mientras analiza las relaciones culturales, comerciales y económicas casi nulas entre dichos países, sus únicos puntos en común son el petróleo (que podían organizar a través de la OPEP) y la revolución. Estuvo presente en la visita de Fidel Castro y de Chávez y logra revivir esos pequeños detalles que hacen de la política internacional una materia tan apasionante.
A unos desagradables 40°C los días que no hacía tanto calor, tuvo que entender el funcionamiento de un país en el que el petróleo destruyó el sistema industrial, en el que debía ir hasta Túnez para retirar el dinero de la embajada o recibir algún servicio médico.
Las descripciones minuciosas de las grandes autopistas construidas con el dinero del petróleo y de la mano de italianos (quienes habían conquistado el país africano) y polacos, en comparación a zonas llenas de basura y complemente olvidadas, las dunas, y la forma en la que el oro negro cambió un país que luego de la Segunda Guerra Mundial vivía de la exportación de chatarra bélica abandonada por franceses e ingleses en el desierto, son un gusto mientras el autor cuenta la historia de Libia, su organización política y social.
Este texto publicado en el 2011 logra entregar una visión sobre un país con el que nuestra relación es casi nula, una cultura islámica en la que en el papel nadie bebe alcohol ni hay prostitutas y cómo, de manera ilegal, sus ciudadanos le tuercen el pescuezo a la ley para tomarse un trago o echarse una canita al aire.
Todo esto como preámbulo a la Primavera Árabe y al aún peor desorden administrativo y político que vive hoy en día Libia.
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