Las informaciones y las noticias se derraman de continuo sin compasión. Al instante sabemos lo que está pasando hasta en los sitios más remotos. La competencia es por quien da la primicia. El acto terrorista, las disidencias, los desprecios, las faltas de protocolo, las risas o la ausencia de ellas, el saludo cálido o la carencia del mismo, las palabras dichas con ligereza, en la espontaneidad de momento crucial, y hasta los indicadores de la más diversa naturaleza, sobre los movimientos de la bolsa, el sube y baja de las corrientes de opinión, las comparaciones forzadas y tendenciosas, etc.
Todo aquello es un maremágnum, sin el tiempo necesario de reflexión tranquila, para examinar la pertinencia y las consecuencias de lo que se difunde. La actitud de libre examen va quedando como cosa rara, debida por fortuna a algunos columnistas que ejercen la racionalidad, con mesura. Pero a su vez están los otros derrochadores de odios y pasiones, que endilgan de manera gratuita calificativos de repudio, a diestra y siniestra. Y la gente del común es atraída por esas pasiones desmedidas, adjudicando razón donde no la hay. A tal punto que se generan corrientes de opinión de obsecuentes.
La deliberación sensata y desapasionada es un campo casi inexistente. Cuando cunde la polarización, hasta en familias resultan cociéndose habas. Y las trincheras se expanden. Los llamados a una convergencia en prudencia y suma de esfuerzos resultan fuera de lugar. El estilo es acentuar diferencias, y no encontrar espacios donde todos podamos tener lugar para sumar voluntades y labor por el bien común. Lo que resulta más atractivo y practicante es marcar las diferencias.
No nos damos cuenta de lo horrendo en una tradición de violencia que ha encendido alarmas por todas partes, pero no alcanzamos a disponer de un alto en el camino, para mirarnos a la cara y reflexionar en silencio, seguido de diálogo con siquiera una pizca de afecto. Los miles y miles de muertes y desplazamientos forzados parecen no conmover a la dirigencia ni a la opinión generalizada. O quizá nos conmovemos de dientes para fuera. El propósito de reconciliación, no aparece. Y las ganas de conseguir una paz estable y duradera, aunque imperfecta, no son, tristemente, del patrimonio colectivo.
Los palos en la rueda saltan a granel. Y la soberbia hace de las suyas. Vale más preservar la figuración de un líder, que propender por un clima de comprensión, con base en motivos, en razones que las habrá. Y a esto se le suma el creciente número de capillas religiosas, coligadas en un interés común, el de ser electores mayoritarios. Entonces la dirigencia política con pragmatismo busca satisfacer las ambiciones de aquellas, a cambio de los votos. Y el principio constitucional de un Estado laico entra en entredicho.
El físico judío-inglés, David Bohm (1917-1992), de apreciadas contribuciones teóricas, en algún momento de su vida se planteó el problema del por qué de las guerras. Y no tuvo otra conclusión que la falta de diálogo, a tal grado su compromiso que generó un sistema para promover la conversación, con grupos de no más de 40 personas, sin agenda previa. En la India tuvo experiencias singulares. Se recogió en libro ese ejercicio: “Sobre el diálogo” (Ed. Kairós, Barcelona 1997/2001). Piensa que el problema reside en la ignorancia que sobrellevamos sobre el funcionamiento del pensamiento, con la aparición de fragmentos separados, alejando la posibilidad integradora, la comprensión de ser partes de una totalidad, con distanciamientos arbitrarios.
Bohm dice: “La auténtica crisis no consiste en los hechos a los que nos enfrentamos -las guerras, la delincuencia, las drogas, la contaminación y el caos económico-, sino en el pensamiento que ha generado todo eso.” Y llama la atención de no ser diferentes los sentimientos y los pensamientos, sino aspectos de un mismo proceso.
El gran problema está en aprender a discernir, a utilizar formas del pensamiento para dilucidar problemas, en común. El diálogo ha de ser el medio esclarecedor, con actitudes propicias de antemano. De nada servirá convocar a rivales en la opinión pública que se juegan por los votos y no por encontrar de conjunto la verdad y el camino para recorrer juntos, con sentido creativo y de compromiso. El respeto en las diferencias ha de ser un condicionante. El verdadero cambio, lo anota Bohm, es alcanzar unas representaciones en la conciencia colectiva, que conlleven cambios en el ser. Nada fácil, pero no imposible.
En momentos difíciles el espacio más propicio para crear condiciones de diálogo es la Educación, en los diferentes niveles, con una Universidad comprometida en reestructurar actitudes de pensamiento, en tanto motor de los cambios necesarios. No es el dinero el sustrato indispensable, es la voluntad con ideas que congreguen. Austeridad y sindéresis, las claves.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015