Ver a los hijos crecer es maravilloso, lo podría describir como un dolor dulce y no creo ser la única mujer que entra en conflicto cada vez que se acerca un nuevo cumpleaños de ese hijo que trajimos al mundo.
Mi niña está dejando de serlo, se acerca la temida edad de la adolescencia y con ella una reinvención de nuestra relación, que hasta ahora ha funcionado bastante bien. Yo no sé si a todos los padres les pasa, pero cuando el hijo cumple años se ven unos cambios tan radicales de un momento a otro que es increíble; parece que con el cumpleaños les cambiaran el chip y no nos dan mucho tiempo para adaptarnos a esta intempestiva transformación.
De Mariana recuerdo especialmente el cumpleaños número siete, ya que trajo nuevos conflictos y realidades que enfrentar, pues fue la primera vez que la niña manifestó su duelo por la muerte de su papá. Hasta ese momento todo parecía estar muy bien asimilado, pero no era así, afortunadamente yo detecté los síntomas rápido y busqué asesoría, primero con la psicóloga del colegio, quien me había ayudado a manejarle una primera fase del duelo, ella me sugirió llevarla con otra psicóloga que utiliza arte-terapia; una forma excelente en la que los niños, que aún no tienen muy desarrollada la capacidad de expresar sus emociones lo pueden hacer a través del arte. Con Mariana dio muy buen resultado y en algunos meses logró hacer catarsis y superar ese difícil momento. Los ocho fueron maravillosos, los disfruté mucho, tal vez porque los siete habían sido tan difíciles. Los nueve me han encantado, ya que veo su crecimiento y su madurez aparecer; tienen el encanto de la niñez mezclado con la responsabilidad de una niña más grande, lo que me ha permitido bajar un poco la carga de ser Pa-Ma, como me dice ella, ya que colabora mucho y es muy responsable con su autocuidado, pero todavía quiere jugar, disfruta sus muñecas y le fascina que juguemos escondite, para lo cual tiene unas habilidades asombrosas, pues une el ingenio y su flexibilidad para meterse en sitios donde a mí no se me ocurre buscarla, gracias a Dios cuento con la asistencia de Lulú, que con su olfato infalible me ayuda a encontrarla.
Ahora me enfrento a los retos que traerá la adolescencia, ojalá me vaya bien, espero que las bases construidas durante estos diez años den sus frutos, para que mi hija tenga una adolescencia sana y agradable; sé que los puentes de comunicación entre nosotras tienen bases sólidas y creo que eso será fundamental para vivir lo que nos espera, también su capacidad para afrontar los problemas, que ha ido desarrollando bajo mi guía; he tratado de presentarle herramientas para que ella tenga inteligencia emocional, por ejemplo está en clases de yoga hace 2 años, esto le permite manejar la respiración y relajarse en momentos de tensión o de rabia. También he tratado de que entienda que toda acción tiene sus consecuencias, así ella sabe qué esperar con sus actos y como le digo yo, a la persona que no corrigen los padres con amor y a tiempo, la sociedad se encargará de hacerlo en un futuro con toda la severidad. Otra cosa que he tratado de transmitirle es que todo comienza por un pensamiento, que a veces surge por una emoción mal manejada, así que ella entiende dónde debe controlar las situaciones.
Pero mi mensaje principal para mi hija es que el amor más importante es el que se tiene a sí misma: “Me amo y me acepto completamente”, si esto nos lo hubieran enseñado a tiempo cuántos problemas nos hubiésemos ahorrado en esta vida.
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