Desde hace unos meses me he preguntado por qué algunas veces al hablar de sueños lo relacionamos solo con los niños, cuando en realidad todos somos soñadores, e igual que con un niño, si no medimos nuestras palabras y actos podríamos frenar más de una ilusión.
Al pensar en los adultos, se me viene frecuentemente a la cabeza la idea de seres que se dejan absorber por sus responsabilidades, sin encontrar un equilibrio alguno, y así olvidan compartir con las personas a su alrededor, sean familia o amigos, esto por dedicarse constantemente a sus trabajos o a sus estudios, causado por frases como “debes ser alguien en la vida”.
“Ser alguien en la vida” es para mí una premisa sin sentido, pues considero que desde que inhalamos la primera bocanada de aire al nacer, ya somos alguien. Y no me gusta pensar que por ese qué dirán, muchos adultos olvidan su niño interior y solo en la noche sacan esa parte soñadora que esconden durante el día para imaginar países, viajes, casas, carros y un sinfín de posibilidades entre las cuatro paredes de sus casas. Esos mismos sueños que, durante el día, solo los pausan e ignoran, puesto que su realidad se resume entre escritorios y realidades a medias.
Esta muestra no es más que un fragmento de realidad que tanto usted como yo hemos vivido, tal vez como historia propia. Por cada nueva responsabilidad que se adquiere, o por el miedo a salir de la zona segura, tenemos una sociedad que en ocasiones no disfruta de sus trabajos, sino que cae en lugares laborales que más que sumarles les restan, o donde sus jefes más que ganarse el respeto, buscan empleados que les teman. Como consecuencia, las personas pasan su vida entre miedos a pedir permisos y nostalgias, sin tener la culpa de ello, pues solo buscan sobrevivir y luchar con las situaciones diarias de su vida; pero, esto no significa que pierdan su alegría y sus ganas.
Sé de casos donde las personas no piden permisos ni por enfermedad, por el temor de que al volver de cuidarse a sí mismos, o de sacar tiempo para su familia, ya no exista el trabajo que tenían. Si agregamos el factor “todo está muy duro, no desaproveche esa oportunidad porque si no quién sabe qué sea de usted”, lo que termina pasando es que posponemos la vida constantemente.
Todo esto pasó por mi cabeza por un trabajo que tuve hace poco y por una situación que sucedió hace unos años, cuando vi cómo a un compañero de trabajo lo colocaban en la mitad de nuestra oficina para decirle que su manera de vestir estaba “mal”, pisoteando no solo la dignidad de él, sino la de nosotros como compañeros al presenciar esta escena. Por esto, para terminar, le pregunto a usted: ¿sigue soñando o ha olvidado qué es eso?
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