“Centauros indomables
descienden a los Llanos
y empieza a presentirse
de la epopeya el fin.”
(Himno nacional).
Todos los caballos del grupo comandado por Bolívar murieron en el páramo.
Yo caminé dos veces, exultante, la ruta de los libertadores por el páramo, una de subida y otra de bajada. Pore, uno de los pueblos del Llano por donde pasaron los libertadores fue por un día capital de la Nueva Granada.
Ya en las tierras de Boyacá los libertadores llegaron al pueblo de Socha Viejo. El cura y el alcalde reunieron al pueblo en la iglesia que todavía existe, para que auxiliaran a los casi desnudos soldados con ropa, medicinas y comida. La ropa masculina no alcanzó para todos. El ejército español quedó admirado del valor de las mujeres granadinas en la batalla del Pantano de Vargas. No, no eran mujeres, es que la ropa masculina no alcanzó para todos y algunos llaneros debieron ponerse ropa femenina. El fervor por la independencia era tal entre los campesinos boyacenses que repusieron todos los caballos al ejército de Bolívar y la historia narra el caso de un agricultor cuya única riqueza era un buey y lo entregó como aporte alimenticio a los hambrientos llaneros. Pero volvamos al Hato La Aurora. Dejé para el final de mi relato el espectáculo que más me atrae en mis visitas a La Aurora, el trabajo con los potros salvajes. Agradezco que solo lo hacen cuando voy al hato y llevo un grupo de personas y amigos que quieran acompañarme.
Desde muy temprano los vaqueros se desplazan por las sabanas buscando los grupos de potros silvestres y los traen al establo. Nosotros estamos atentos para ver y fotografiar la entrada de los animales y luego nos trepamos a las talanqueras para ver el trabajo de los vaqueros. Lo maravilloso de este espectáculo es que en La Aurora se hace a la manera tradicional. Los vaqueros, unos cuatro o cinco, instalados en la mitad del establo hacen correr a los potros que dan vueltas por el recinto y los vaqueros les lanzan las sogas para enlazarlos. Una vez que un potro es enlazado comienza la lucha entre el hombre y el animal. Este corcovea, se retuerce, salta, retrocede, corre tratando de liberarse de la fuerza que lo tiene aprisionado, entonces el vaquero se ayuda pasando la soga por encima del botalón. Esta lucha es hermosa, casi épica, y las cámaras fotográficas “se recalientan” con los continuos disparos. Los compañeros acuden y ayudan al vaquero, uno le retuerce la cabeza al potro y haciendo fuerza lo lanza al suelo; ya allí maniatado le cortan la cola y las crines que están llenas de garrapatas y les echan un líquido oscuro para matar los ácaros. Traen el hierro al rojo vivo y lo marcan en el anca y le aplican un calmante en la zona afectada. Y sigue la faena. Observé que a un potro no le hacían este trabajo. Me dijeron que es el macho alfa y si le cortan la cola y las crines como a los demás, las hembras no lo respetarían. O sea, digo yo, que entre los animales también hay machismo.
Uno de los vaqueros animado ante el auditorio se monta sobre uno de los potros y así, a pelo, sobre el bicho que salta furioso y corcovea, da una vuelta por el establo sin dejarse tumbar y al final salta con pasmosa agilidad en medio de los gritos y los aplausos con los que le rendimos nuestra admiración. ¡Ah, la Aurora, es un reclamo del paraíso!
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