Estábamos en Caucheras discutiendo con los soldados que pensaban que yo era un asesino o un extraño coleccionista de calaveras. Yo les decía: miren señores, tiene tierra, tiene hongos, etc. yo me encontré esta calavera en una excavación. Al fin me dejaron en paz, no sin quedarse con un puñal que yo llevaba y que un soldado norteamericano que había estado en la guerra de Vietnam me había regalado. Gracias a mi amistad con el coronel del Batallón de Manizales pude recobrar mi puñal.
Volvamos a los indios Cunas o Tules. En aquellos lejanos días de 1971 yo conviví con ellos dos meses y prácticamente aprendí su dialecto del que todavía recuerdo algunas cosas. Quedé enamorado de su cultura, de su organización social y de sus costumbres. De ello di cuenta en artículos que escribí para LA PATRIA, El Espectador y algunas revistas en los que además de los indios yo hablaba de los objetos que encontré en mi fugaz excavación.
Por esos días viajé a España a continuar mis estudios y un periodista de El Espectador casi repitió mi artículo por lo que alguien en el periódico escribió reivindicando mi nombre: "Al César lo que es del César y a Andrés Hurtado lo que es de Andrés Hurtado”.
Entre las cosas que me impactaron de la cultura de los cunas hay una muy interesante: la imposición del nombre a los niños. Entre nosotros, “los civilizados” los nombres se ponen al gusto de los padres, así no gusten a los niños. Y entonces se imponen nombres cuyo significado y etimología contradicen las cualidades de las personas. Rosa significa: “mujer igual de bella que un rosal”. No tiene sentido ponerle este nombre a una mujer cuya belleza definitivamente brilla por su ausencia, digo yo. O bien a un niño enclenque y flacuchento le ponen el nombre de Bernardo que significa “fuerte como un oso”, digo yo.
Estando entre los Cunas tuve la suerte de asistir a un lereo. Son reuniones de toda la comunidad que pueden durar toda una noche y en las que se discuten problemas que interesan a todos. Una de ellas estuvo dedicada a imponer nombre a un niño y a una niña. Toda la comunidad participaba diciendo cualidades o defectos del niño o niña en cuestión y al final se ponía al interesado un nombre que correspondía a sus cualidades. Esta ceremonia se llevaba a cabo cuando los niños llegaban a los 7 años más o menos. A los niños que todavía no tenían nombre se les llamaba Matchi que significa hombrecito y a las niñas Meme, que significa mujercita. La numeración entre los Cunas es interesante, se basa en el número 20 o sea los 20 dedos que tiene la persona. Así que el número 20 es: todo el indio. Para los Cunas la montaña más alta de la Serranía del Darién en el límite con Panamá se llama Takarkuna y es una montaña sagrada para ellos. Los Cunas confunden los sonidos por su punto de producción, para decirlo de una manera sencilla. Así confunden el sonido de la “p” con la “b”, que son sonidos labiales. Confunden la “t” con la “d” que son sonidos dentales. Confunden la “c” (ca, co, cu) con la “g”, que son sonidos guturales. Entonces yendo por la montaña encontramos huellas de tigre. El cacique Josesito me dijo “achu parbat” que significa perro pintado y una araña,”tíole”. Al volver al poblado y repasando lo aprendido, le pregunté cómo se dice tigre y me decía: achu parpat, achu barbat, achu barpat y achu parbat. Y araña tíole y también díole.
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