No había prisa. Caminábamos despacio y en silencio y así gozábamos más intensamente del encanto del bosque. Con los sentidos atentos, los del cuerpo y los del alma, nos entregábamos a la contemplación de los seres de la selva, desde la hoja más pequeña hasta los árboles gigantescos. Los acuciosos funcionarios del Parque nos indicaban los nombres de los árboles: rapabarbo, almendro, lecheperra, cafetillo, palma mil pesos, yarumo, yaya escobillo, sande. Al entrar al Parque ya habíamos visto los algodoncillos, los cordondillos, las ceibas amarillas y los dormilones. Los árboles que robaron nuestras miradas y fotografías fueron los higuerones. Son gigantes de tronco corpulento, copa espesa, hojas grandes y alternas y fruto muy jugoso. Sus raíces son muy gruesas y se extienden varios metros superficialmente en el suelo de modo que uno puede sentarse en ellas. Los nativos emplean los higuerones para hacer embarcaciones.
El dosel del bosque se encuentra entre los 20 y los 35 metros del suelo. Ya hablamos de los cativos, árboles de gran biomasa, que crecen muy juntos y producen abundante madera. Sus bosques se llaman cativales. El valor económico de los cativales es comparable al de los manglares; los primeros en producción de madera y los segundos en la abundancia del alimento que proporcionan a los peces pues cada árbol arroja al año varias toneladas de hojas al mar.
En mis recorridos de selva mi principal interés respecto a la flora son los hongos. Unos crecen directamente en el suelo, otros en los troncos podridos y caídos en el suelo y otros, se pegan como epífitas en los troncos de los árboles. Los hay de muchas formas: copas, falos, platos, orejas…y de varios colores. Aquí en las selvas del Darién los más llamativos son unas copitas de color rosado que suelen encontrarse en grupitos de dos o tres. Tengo, pues, una gran colección de fotografías de hongos. En una travesía de selva que hice entre Araracuara (río Caquetá) y La Chorrera (río Igaraparaná) encontré un precioso hongo de color azul. Estaba solo. Lo fotografié. Un biólogo experto en estas plantas me dijo que era una especie nueva y me reconvino por no haberla traído. Le contesté que solo había uno y me daba miedo contribuir a la extinción de una especie y en segundo lugar le dije que tratándose de una plantica tan endeble era simplemente destrozarla si trataba de traerla. Nunca más he visto un hongo azul y vaya si lo he buscado.
En casi todas mis travesías de selva, y en esta también, he encontrado unos honguitos blancos que crecen en los troncos de los árboles y forman un pequeño ejército con grupos de unos 100 individuos o más. Pero el hongo más bello que he visto es el llamado copa de diablo y solo lo he encontrado en la selva amazónica, lo que no quiere decir que no exista en otras selvas. Se trata de una auténtica copa de color café que siempre está llena o a medio llenar de agua. Suele encontrarse en pequeños grupos y crece generalmente en troncos podridos y a veces en tierra. Cuando los encuentro mi emoción es muy grande. En la época de verano, cuando el piso de la selva está seco, es difícil encontrar hongos porque suelen crecer en troncos y terrenos húmedos. Hay otro tipo de fotos que me gusta; se trata de hojas grandes que reciben el sol y a las que hago la foto por debajo. El verde es luminoso y las hojas adquieren una belleza especial.
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