Llegamos a Necoclí, municipio poseedor de 95 kilómetros de playa en el Golfo de Urabá, de allí que la principal actividad económica sea el turismo, que se completa con la agricultura del banano y del coco, de la minería del oro y la pesca. A 2 kilómetros del pueblo se halla el sitio en el que se fundó la primera población en tierra firme americana, San Sebastián de Urabá, el 20 de enero de 1509, población de efímera existencia por lo cual Santa María la Antigua, fundada un año después, lleva el título de ser la primera población estable, como ya lo dijimos. El fundador de San Sebastián fue Alonso de Ojeda. Visitamos el sitio donde existió San Sebastián y no encontramos ningún vestigio arqueológico. Necoclí se enorgullece de uno de sus hijos, el futbolista Juan Guillermo Cuadrado, hoy nacionalizado italiano. Otro atractivo turístico no solo de Necoclí sino de otros pueblos de este norte antioqueño y caribeño son los volcanes de lodo, de los que Necoclí posee 14.
En todas las construcciones que enmarcan el parque principal de Necoclí, incluida la iglesia, el color dominante es el rojo. En este viaje relámpago a Necoclí visitamos de pasada la playa que ese día de principios de enero estaba abarrotada de turistas, la mayoría de Medellín.
De regreso a Bogotá nos detuvimos unas horas en Dabeiba. Para mí Dabeiba tiene doble interés. El primero porque es el título de una novela, la mejor lograda y la más maciza literariamente hablando, de Gustavo Álvarez Gardeazábal, compañero mío de estudios de literatura en la Universidad del Valle. La más famosa de este escritor tulueño, archifamosa, es “Cóndores no entierran todos los días”. Pero la mejor construida narrativamente hablando es Dabeiba, en la que Gustavo narra lo que estaban haciendo los habitantes de Dabeiba la noche que ocurrió el “bataclán”, un represamiento del río que arrasó la ciudad. El segundo motivo de mi interés por Dabeiba es la Madre Laura Montoya, que aunque nació en Jericó desarrolló la mayor parte de su acción misionera entre los indígenas emberá-katíos de Dabeiba. En la iglesia hay muchos textos y fotos de la madre Laura. Llama la atención la foto de una burra en la que la religiosa montaba y que era su preferida. Un texto de la monja habla del cariño que tenía por el animal y por lo que para ella representaba como medio de transporte para moverse por los caminos ya que ella era muy robusta. En 1939 Eduardo Santos condecoró a Laura con la Cruz de Boyacá. La monja fundó la comunidad llamada de las Lauritas para educación y ayuda a los indígenas en la selva y pidió a Dios que nunca ninguna de sus religiosas fuera mordida por una serpiente venenosa. Y dicho y hecho, nunca ha ocurrido un accidente de este tipo. Yo las he encontrado muchas veces en mis travesías por la selva y con los nuevos tiempos ya no se dedican a cambiar la idea de Dios que tienen los indios, sino a servirles y educarlos y prestarles auxilios en salud. El papa Francisco elevó a los altares a Laura el 12 de mayo de 2013 y es, así, la primera persona canonizada (primera santa) de Colombia.
Siguiendo nuestro recorrido llegamos a Santafé de Antioquia. Hablando de pueblos y pequeñas ciudades, “esta sí son palabras mayores”, como dijo uno mis compañeros de viaje, refiriéndose a esta ciudad de apenas 23.000 habitantes pero con un pasado y presente gloriosos. Del pasado y del presente hablaremos.
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