Hace 40 años el mundo, católico o no, estaba consternado: había muerto el pontífice Juan Pablo I. Llevaba un mes y tres días desde su elección el 26 de agosto de 1978.
Albino Luciani, ‘El papa de la sonrisa’? o ‘La sonrisa de Dios’, hacía la diferencia entre los altos jerarcas vaticanos, en especial con su predecesor el adusto y lejano Paulo VI. Debió llamarse Palo VI. No ambicionaba el poder y si fue elegido se debió a las profundas divisiones de intereses entre sus pares. Dicen que asumió la elección como una misión divina y los mismos que después lo abandonaron dijeron haber escogido al “candidato de Dios”, “un milagro moral”?
Sorprendió al adoptar un nombre compuesto, pero sobre todo por su calidez, bondad, humor, cercanía y sencillez: no usaba el ‘nos papabile’ sino el humano “yo”, no quiso ser coronado, usar tiara ni sentarse en la silla gestatoria. Un ser terrenal en síntesis, lo cual le valió el menosprecio de sus detractores que lo compararon con el comediante Peter Sellers, el de ‘La pantera rosa’.
Se engañaban: Juan Pablo no vaciló en enrostrar al dictador Jorge Rafael Videla de Argentina sus permanentes violaciones a los derechos humanos, cuando lo recibió en audiencia. También estaba resuelto a poner coto a las maniobras que hacía el arzobispo presidente de la banca vaticana Paul Marcinkus a través del Banco Ambrosiano. La tarde del 28 de septiembre habló del asunto con Jean Villot secretario de Estado.
Quienes lo vieron después dijeron que Luciani se veía bien. Después habló por teléfono con su médico personal, quien corroboró dicha impresión. Pero en la madrugada del día siguiente fue hallado muerto en su habitación.
Comenzaron a circular versiones contradictorias: quién lo halló y en dónde (que el baño, que la cama); causales de muerte (que infarto, que embolia); diferentes horas de deceso; desaparición de sus objetos personales; certificado de defunción extendido por un doctor particular y no por el forense vaticano; que si hubo autopsia o no; que fue embalsamado apresuradamente… Acciones propias de quienes tienen mucho por ocultar. Suficiente material para sospechar de un asesinato, reforzado con los posteriores homicidios de personas relacionadas con las eventuales causales.
Tanto el sacerdote español Jesús López Sáez (‘El día de la cuenta’ y ‘Albino Luciani. Un caso abierto’) como el periodista inglés David Yallop (‘En el nombre de Dios’ y ‘El poder y la gloria’) aseguran que fue envenenado. El británico señaló a jerarcas como Marcinkus, el cardenal John Cody arzobispo de Chicago y el secretario Villot. Éste habría dicho que el papa falleció por sobredosis de un medicamento. Yallop también involucró a la logia masónica P2, fundada por Licio Gelli ‘El titiritero siniestro’.
Juan Pablo II archivó el caso, encumbró a Marcinkus a la Comisión Pontificia para el Estado y lo dejó de presidente del Banco Vaticano. Benedicto XVI y Francisco tampoco han dicho palabra.
Con su pontificado de 33 días y su misteriosa muerte, Juan Pablo I desechó que la Iglesia Católica sea un paraíso de virtuosos y devotos. La reveló como la empresa política y económica con una tenue fachada religiosa descrita por Yallop.
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Otro día como hoy pero de 1783, los científicos españoles Fausto y Juan José D’Elhúyar y Lubice informaron de su descubrimiento del tungsteno, metal que permitió leer de noche hasta la aparición de las luces ledes. Hasta ahí no hay nada para recordar, pero como el primero está ligado indirectamente con la historia de Caldas, el asunto cambia.
Don J.J. fue nombrado director de las minas de Mariquita. Trajo consigo a su cuñado el metalurgista Ángel Díaz, maluco, disociador, derrochador, mala paga y peor esposo según el historiador Bernardo Caycedo. Estaba casado con María Lorenza, hermana de los genios.
En 1801 Díaz fue enviado a la Vega de Supía a dirimir conflictos entre mineros, que no hizo sino atizar. Se asentó con Lorenza en Quiebralomo. Los libros parroquiales dan constancia de la presencia de los “europeos y vecinos de este real” de minas, quienes murieron allí dejando descendencia: un nieto suyo fue el primer alcalde de Riosucio unido en 1846 y desde entonces se multiplican vigorosamente. ¡Leer para creer!
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