A menos que las fuerzas de la Naturaleza, la bestialidad humana o un improbable avispamiento de Duque hayan provocado una hecatombe después de redactar este artículo, en la madrugada de hoy se encendieron los fuegos rituales del Carnaval de Riosucio, que desde hace unos años se desarrolla casi a trompicones. Con precario equilibrio se balancea entre lo ceremonial y la parranda desaforada, inclinándose cada vez más hacia este lado.
La multitud de visitantes lo desbordó: muchos vienen a conocer e integrarse sanamente, sin saber cómo. A los más los atrae la gratuidad de las verbenas. Entre ellos, hordas de antioqueños uniformados con el muy caldense sombrero aguadeño, que llegan a gritar vulgaridades, beber como mulas y declararse dueños de todo lo que ven, hasta donde alcanza la vista. Comenzaron a caer en Riosucio cuando el Cartel de Medellín los confinó en sus casas, impidiéndoles ser como son.
Con ellos, jipis mugrientos y drogadictos, vendedores de baratijas cuyas ganancias destinan a eternizar su traba. Convierten las calles en mercado, sanitario y motel al tiempo. A seudosatanistas que confunden el buen Diablo del Carnaval con el malo del infierno, hacen contrapeso despistados predicadores de variada pelambre que condenan toda alegría, porque su idea del cielo es mezquina, oscura y masoquista. Y bandas de rateros, importadas, que ya tienen competencia local.
La población se triplica: el pueblo se vuelve ingobernable e incomunicado, con servicios públicos y alimentos en crisis. Quizás la sincronía con la Feria de Manizales este año disminuya la ya nada bienvenida afluencia.
La muchedumbre forastera desplazó a los riosuceños del devenir de su fiesta y estos se refugiaron en los Decretos y Convite previos. En sus pacíficos desfiles crece el número de disfrazados en proporciones antes impensadas, para celebrar en una intimidad poblana ya perdida en enero. El impulso ancestral a festejar se traslada incluso a las pólvoras a la Virgen de la Candelaria en febrero.
La imagen de la fiesta no se vende, no se educa a los turistas. Quedan en manos de borrachines vividores imbuidos de investigadores, que ‘farolean’ haciendo gala de su desfachatada ignorancia.
Algunas Cuadrillas afuereñas exhiben un fasto vacío, satisfaciéndose con desfilar ‘llantas’, ‘conejos’ y celulitis. Se niegan a ir a las Casas Cuadrilleras para presentar sus mensajes, cuando los tienen. La actuación en esos hogares es el emotivo punto culminante de la fiesta, pero hay quienes creen que es para bailar con las músicas y no para escuchar las letras.
Tales son algunos factores que ponen en riesgo la autenticidad del rito; ni la alegría desbordada los disimula. Urgen medidas radicales, que las juntas organizadoras no se atreven a tomar. La más urgente, reducir la duración a cinco días, incluso cuatro, pues la necesidad de “rellenar” con orquestas un programa para seis, atrae a saboteadores envalentonados que se abrogaron la potestad de impedir el ceremonial.
Impera el pensamiento de un expresidente, hoy galardonado: “También hay que hacer Carnaval para los que no gustan del Carnaval”. Y a quienes no les gusta, lo destruyen.
Casi todos quienes lo han organizado lo aman, quizás más que a Riosucio. Así se resistan a aplicar unos estatutos que sirven de bitácora, los anima el deseo de hacer “el mejor Carnaval de la historia”, como proclamó un filipichín que lo usó como fracasada plataforma política.
La intención sucumbe ante la inexperiencia para organizar y el miedo a caer en un escarnio público que abruma desde cuando fueron elegidos. La ‘producción de eventos’ es incipiente y los desfiles son un despelote.
Los riosuceños claman porque el Carnaval vuelva a ser de Riosucio; no solo en Riosucio. Que sea para ellos, pues las desproporciones, la marejada turística y su propia inconsciencia los volvieron convidados de piedra en su casa. Desde la orilla contemplan impotentes el paulatino desvanecimiento del ritual que no aciertan a defender. Hay tiempo aún.
El miércoles se sabrá si se aprovechó el hecho de ser éste el año del bicentenario de la fundación de Riosucio. Con un atractivo adicional: el Diablo hará su entrada el sábado 5 de enero, día que en la antigüedad estaba poblado de supersticiones y conjuros, y el domingo 6 es la Fiesta de Reyes Magos, en la cual surgieron las Cuadrillas.
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