Lo mínimo que se le debería exigir a un gobierno es coherencia. La presidencia de Iván Duque, sin embargo, no tiene ni pies ni cabeza. Su filosofía es la de la Chimoltrufia, ese personaje de Chespirito interpretado por Florinda Mesa, cuya máxima es: “Pos ya sabes que yo como digo una cosa digo otra”.
No es claro lo que Duque quiere para el país. Sus 162 propuestas “para construir la Colombia que soñamos son una guía de lo que no está haciendo o hará. Poco, casi nada, de lo allí registrado aplica, salvo ítems como el 6 y el 11 que hablan de “reordenar los aparatos de inteligencia sobre la base de la cooperación ciudadana” y de “seguimiento modernizado y fortalecido con herramientas de Big Data y sistemas de monitoreo electrónico de última generación”. Puntos que evocan al desaparecido DAS y que reaparecen con las chuzadas a los magistrados de la Corte Constitucional.
El punto 17 habla de reforzar la Acción de Tutela, pero ya vimos que con la reforma a la justicia, Duque y los integrantes de su partido -Centro Democrático- pretendían limitar esta herramienta ciudadana. Y el 27 dice que “las empresas, representantes legales, miembros de junta, gestores e intermediarios de empresas que sobornen, no podrán volver a contratar con el Estado u ocupar cargos públicos”, pero ya vemos que los mecanismos de la firma Odebrecht siguen funcionando con una de sus socias, la portuguesa Mota Engil, en lo que ahora se conoce como el “carrusel de las escuelas”. Un contrato de $1.3 billones en el que se comprometieron a hacer 250 colegios, pero a duras penas han hecho 15.
Duque, como candidato, dijo “eliminaremos la mermelada en el presupuesto” (ítem 39 de su plan de gobierno), pero ya vimos cómo la usó para sabotear la JEP. Y en el punto 48 aseguró que “nuestra diplomacia tendrá convicciones sustentadas en políticas de Estado”. Parece que no se lo dio a entender a nuestro representante ante la OEA, Alejandro Ordóñez, quien aseguró que la triste migración de venezolanos a otros países del continente se debe a "una agenda global para irradiar en la región el socialismo del siglo XXI”.
¿Hizo algo Duque ante semejante despropósito? No. El nefasto exprocurador sigue en su cargo y la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez lo respalda. Sí, el corrupto Ordóñez de diplomático no tiene nada. Por eso lo nombraron, para ir en contra del numeral 33, que habla de rescatar los “valores éticos”, y el 47 que prometía “un servicio exterior profesional sin presiones de clientelismo”.
También se comprometió a simplificar “el sistema tributario para empresas y personas naturales (ítem 82) y a buscar estrategias para alcanzar “empleos dignos y estables” e “ingresos justos”. Sin embargo vemos cómo desde el DANE y el ministerio de Hacienda manipulan cifras y van contra toda lógica al afirmar que las personas con ingresos mensuales de $258 mil “no se consideran pobres”. Lo que sea con tal de poner a tributar a más ciudadanos.
Las contradicciones continúan punto a punto. En los ítems 141 y 147, del parágrafo Sostenibilidad ambiental, se compromete a proteger el agua, los páramos, la gestión limpia de los suelos y un desarrollo minero “con los más altos estándares de responsabilidad ambiental”, promesa que se va al traste con el recién aprobado Plan Nacional de Desarrollo.
Y por allá en el numeral 157, el ahora presidente aseguró que los pueblos indígenas “tendrán un acompañamiento permanente del Estado”. Ja ja ja, la Minga de hace un mes… Ja ja ja, el desplante en Caldono (Cauca)… Ja ja ja…
Así nos podemos pasear por las 162 promesas de Iván Duque y demostrar que no tiene nada de estadista. Que ante los retos es un pusilánime. Y, como la Chimoltrufia, busca escapar de sus contradicciones a punta de carreta, pero al hacerlo “se hace el tarugo”.
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