El bufón de la corte era aquel personaje que, gracias a sus habilidades cómicas y de malabarismo, se ganaba la confianza del monarca al punto de desnudarlo, reírse de él y decirle lo que nadie se atrevería. “Se les concede el insólito mérito de humanizar al gran mandatario, haciéndole sentir, supuesta y temporalmente, como un mortal más”, indica Wikipedia.
El bufón, sin embargo, no la tiene fácil. Augusto, el primer emperador romano, desterró al burletero Pilades pues sus comentarios, además de hacer reír, ponían a pensar a los ciudadanos sobre el nuevo César. El comediante Lenny Bruce fue acosado permanentemente por las autoridades estadounidenses, cuando en sus presentaciones exponía la doble moral de la justicia gringa. Y los caricaturistas de la revisa francesa Charlie Hebdo fueron masacrados en su trabajo por radicales islámicos que no toleraron que se usara a Mahoma como motivo de chiste.
En Colombia la situación no es diferente. Aquí también los matamos. Carlos Castaño, jefe de los paramilitares, ordenó el asesinato del humorista Jaime Garzón que -entre chiste y chanza- revelaba las relaciones de este grupo armado con los políticos. Además, por oponerse a la derecha y apoyar la salida del conflicto con diálogos con la guerrilla. Eso fue en 1999 y los dedicados a la sátira se callaron. Vino un periodo en el que el Estado, en cabeza del entonces presidente y hoy senador Álvaro Uribe, no tuvo bufón que se burlara de él.
De pronto una que otra imitación o monigote apareció por ahí, pero nada relevante y que un poco de presión desde el Palacio de Nariño pudiera disolver.
Los tiempos, por fortuna, cambian y tras casi dos décadas sin sátira aguda y frentera surgen nuevas voces o regresan las que se callaron. Caricaturistas como Bacteria y Matador, programas como La tele letal y Los puros criollos, y canales en Youtube como La Pulla y Hola soy Danny, son ejemplos de quienes hoy exponen con humor la tragedia nacional.
Hace unas semanas el Centro Democrático exaltó durante una convención a su líder, el expresidente Uribe. Fernando Londoño Hoyos, verborréico grecocaldense, lo pintó como única opción para que la extrema derecha regrese al poder y comande con mano dura. Por su parte, la senadora Paloma Valencia lo trató como a una deidad. Lo pintó de bronce, resplandeciente como el sol, y por encima de todos, incluso las leyes. Solo las estrellas y Dios están sobre la ubérrima figura.
Uribe, endiosado, no toleró que días después Daniel Samper Ospina lo humanizara en sus columnas y trinos. En respuesta, el expresidente usó sus redes sociales para difamarlo. Inventó que el humorista es un “maltratador de recién nacidas” y un “bandidito”. Palabras infames y sin argumentos que entre sus fanáticos se vuelven virales y peligrosas.
Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, señaló que el humor “es la manifestación más alta de los mecanismos de adaptación del individuo”. Bajo esta visión, Uribe es un desadaptado que no ha podido acoplarse a una nación que quiere la reconciliación y que prefiere reír a hacer trizas la paz, como lo pretenden algunos uribistas amargados. Ya lo dijo el filósofo francés Paul Henry: “La ignorancia y el error son manantiales del mal humor”.
Colombia necesita más bufones y menos políticos… sobre todo esos que son matones de 140 caracteres.
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