Ni debatir, ni argumentar, ni investigar… ni siquiera aritmética básica. El Senado colombiano muestra, una vez más, por qué es una de las instituciones más desprestigiadas del país. Lo ocurrido estas últimas semanas con la ley estatutaria de la Jurisdicción Especial de Paz (JEP) es una vergüenza: unas votaciones llenas de marrullerías (congresistas que se escapan a última hora, manipulación, populismo…), las bancadas de gobierno (Centro Democrático, Partido Conservador y Colombia Justa y Libre) pidiendo que se archiven los seis artículos objetados dizque por falta de mayorías, la oposición rompiendo el quórum.
Si en Bizancio nos vieran se sorprenderían.
Pero es lo que nos merecemos. Año tras año vemos cómo estos políticos hacen de las suyas pero llegan las elecciones y ¡zaz! volvemos y los elegimos. No valen las denuncias, los procesos en contra, su prontuario… ahí están con su curul. Bastó ver esta semana al conservador David Barguil defender las objeciones a la JEP para que se revolviera el estómago. Ese tipo no debería estar ahí. Al rey del ausentismo (79 inasistencias en un mismo periodo, de acuerdo con la investigación realizada por el equipo de trabajo de la periodista Catherine Juvinao) lo debieron sancionar hace rato, incluso con la pérdida de su investidura.
Barguil, sin embargo, es el nuevo barón electoral de la Costa Atlántica. Además, su suegro es el expresidente César Gaviria. Es un intocable al que le pagamos $31.331.823 mensuales para que no vaya a trabajar.
Insisto, es lo que nos merecemos. Lo de los últimos días son solo el efecto de elegir como presidente a Iván Duque; un pusilánime, sin mando ni recorrido. Su virtud para salir elegido fue ser ungido por el hoy senador Álvaro Uribe. La bobada de hoy se evidenciaba en la forma en que Duque decía en los medios de comunicación sus bandas de rock favoritas en vez de sus planes de gobierno. O bailaba salsa en vez de hablar de política internacional.
Entonces, no nos indignemos si en el Senado no son capaces de hacer una simple suma de votos. En un quórum de 91 senadores, 47 son mayoría (que fueron los que rechazaron las objeciones a la JEP); una cosa simple que se aprende viendo Plaza Sésamo, pero nuestros obtusos y leguleyos congresistas no reconocen.
Tampoco nos sorprendamos si la senadora Maritza Martínez abandona su puesto antes de votar las objeciones a la JEP y luego aparecer indignada porque la señalan de hacer conejo. O nos dé miedo ver a Uribe rodeado de sus áulicos mientras les dicta qué hacer para derrotar la paz. Sí, por increíble que parezca, buscan hundir la justicia, la reparación a las víctimas y la no repetición de esa violencia de más de 50 años. Porque ya lo dijo ese canalla: “yo prefiero 80 veces al guerrillero en armas”.
Colombia naufraga en la improvisación, el rencor y la falta de liderazgo. Pero la culpa es nuestra. Solo nuestra. Por permitir todo lo anterior a la hora de votar.
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