Coincidencia es llegar al trabajo y que un compañero tenga la misma corbata. O encontrarse con una amiga en la fila para entrar al cine a ver la misma película. Pero lo ocurrido esta semana con la renuncia de Néstor Humberto Martínez como fiscal general de la Nación y que ese mismo día salga el fallo de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) de no extraditar a Jesús Santrich y dejarlo en libertad, no es coincidencia.
El exfiscal no es un tipo que deja las cosas al azar. Como abogado es un tiburón y por eso los poderosos buscan sus servicios; como político, sabe de cabildeo y su lealtad está con quien más sombra le provea. Sin asco, va de gobierno en gobierno (fue ministro de Samper, de Pastrana, de Santos y fiscal de Duque) acumulando influencias. Es un oportunista.
Desde su cargo como Fiscal, Martínez tuvo acceso a información sensible, a documentos, investigaciones y procesos, a cosas que el resto de colombianos ignoramos sobre figuras públicas e influyentes. Contenidos que este abogado puede usar a su favor en su próxima movida que, para algunos analistas, es la presidencia de la República.
Por eso no creo que la “renuncia irrevocable” del fiscal y lo de Santrich - guerrillero desmovilizado investigado por narcotráfico - sea una coincidencia. Fue la oportunidad para que Martínez se retirara indignado con la Justicia de Colombia y, horas más tarde, torpedearla con ese video filtrado a los medios de comunicación en el que al parecer Santrich sí habría infringido las reglas de la JEP.
Esta situación amplifica esas voces que piden acabar con la JEP, reestructurar la justicia y meterle mano a las Altas Cortes. Es el papayazo para que Martínez se victimice y encuentre apoyo en grupos como el Centro Democrático y su líder, el expresidente Álvaro Uribe. Es su forma de perfilarse como potencial candidato uribista, sin militar en ese partido.
A esto se suma el clamor que ya se escucha en el Congreso de hacer una constituyente, porque para muchos lo ocurrido esta semana fue un “terremoto político”. No lo es, pero mientras personajes como Uribe salgan a vociferar mentiras con tal de socavar la paz, puede parecerlo.
Una nueva constitución, en este momento, es desbaratar el marco especial para la paz. Es silenciar a las víctimas, ocultar la verdad y evitar la reparación. Es darle el chance al oportunista Martínez a que le meta mano a la Carta Magna, cuya lealtad está con quien financie sus aspiraciones. Es la posibilidad de que se hagan normas pensando, no el bienestar general de los colombianos, sino en el de particulares (un empresario como Luis Carlos Sarmiento Angulo, amigo y cliente de Martínez; un marrullero prófugo, como Carlos Mattos, a quien apoderó; o de poderosas firmas como la corrupta Odebrecht, a la cual parece que encubrió y obró en complicidad).
Néstor Humberto Martínez Neira es ese enemigo íntimo que se desliza por los pasillos del Congreso, de la Fiscalía, del Palacio de Nariño, de los bufetes de abogados, de las salas de juntas de las grandes empresas. Conoce la entraña del sistema. Todos lo admiran, todos le temen.
Ya en 1998, el personaje Heriberto de la Calle (interpretado por el asesinado Jaime Garzón) le había dicho “cafre”, de frente, a Néstor Humberto y este se rió. 20 años después, y antes de morir envenenado con cianuro, el testigo Jorge Enrique Pizano le contó de las irregularidades en los contratos de la Ruta del Sol II, y el exfiscal volvió a reírse (el infame “sí, hijueputa, eso es una coima, marica. Ji ji ji ji”). Y como ministro en gobiernos anteriores siempre dejó el cargo antes de que le abrieran una moción de censura en el Congreso, porque sabía de su rabo de paja. No son coincidencias. Son los comportamientos de un cínico y un caradura que sueña con ser presidente.
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