La semana pasada el portal argentino Infobae publicó una entrevista con Mónica González, titulada “Los periodistas que se creen famosos e importantes son unos miserables”.
Mónica es una de las periodistas más respetadas del continente. Sobrevivió a la cárcel en época de Pinochet y desde hace un tiempo dirige el Centro de Investigaciones Periodísticas de Chile. En la entrevista dijo que “así como los carteles del crimen organizado han envilecido a la democracia, el ego nos ha envilecido a todos” y que “el periodista es necesario como el agua porque si no hay periodismo entonces cómo sabe el ciudadano dónde están los corruptos”.
Esas convicciones quizás sirvieron como base para que el jurado integrado por ella y los colombianos Germán Rey y María Teresa Ronderos, le otorgara el reconocimiento Clemente Manuel Zabala como Editor Ejemplar 2017 al editor de noticias de LA PATRIA Fernando Alonso Ramírez.
Los editores tienen un trabajo invisible hacia el público, aunque medular para sus coequiperos. Así como en una novela el que firma es el autor pero el que corrige, pesca gazapos y sugiere títulos es el editor, en un periódico figuran los reporteros, aunque el resultado final se debe en buena parte al trabajo del jefe.
Un buen editor es el alma de un medio: es quien tira línea en los consejos de redacción, propone debates, cuestiona y está detrás de decisiones cotidianas acerca de cuáles temas publicar y cuáles no, qué fuentes consultar, a qué historias hay que hacerle seguimiento, qué va en primera página, cómo titular y qué imágenes elegir. En ocasiones los editores logran jugar de delanteros y meter un gol, pero la mayoría de los días el remolino de la actualidad les exige ser arqueros: su trabajo consiste en atajar, en evitar errores, para que el resto del equipo pueda dedicarse a su labor.
Una vez le oí a la periodista María Elvira Samper un chiste cruel: mientras las equivocaciones de los abogados se esconden en las cárceles y las de los médicos en los cementerios, las de los periodistas salen por prensa, radio y televisión. Los errores, presentes en toda actividad humana, son más notorios en el periodismo precisamente por su naturaleza, y eso lo hace blanco de críticas y burlas de la audiencia. Por eso, además de invisible, el oficio del editor es ingrato.
Este martes la Fundación Nuevo Periodismo divulgó el acta del jurado del premio Clemente Manuel Zabala (llamado así en honor al editor de Gabriel García Márquez en El Universal) y un comunicado de prensa sobre el reconocimiento. Fernando, con su ojo entrenado, encontró un par de errores en el boletín. Aunque es alérgico a la melosería recibió los abrazos emocionados de sus compañeros periodistas, y en medio del tráfago cotidiano pidió cambiar el diseño de la primera página, pues consideró que él no era noticia y por lo tanto su foto no debía ir en portada. Le dijeron “bueno señor” pero, por fortuna, no le hicieron caso.
Digo por fortuna porque creo que se merece este reconocimiento público y porque me alegran los homenajes que se hacen en vida. El pasado 18 de agosto escribió una especie de declaración de principios titulada “25 lecciones en 25 años” en la que dijo: “¿Si el periodismo que haces no incomoda a nadie para qué hacer periodismo?”. Esa pregunta revela su lectura del derecho a la información como un compromiso con el lector más que con las fuentes, y coincide con lo escrito por Daniel Coronell en “La sencilla tarea del reportero”: “El periodismo, cuando es genuino, debe ser un contrapoder. El periodista está para averiguar lo que no le conviene al poderoso y publicarlo”.
Fernando ha sido un periodista incómodo. La persistencia de sus pesquisas fue clave para que el crimen de su mentor Orlando Sierra Hernández no quedara impune. Pero también es molesto para los protagonistas de su columna mensual en la Revista Cereza, en la que con inteligencia, humor y liviandad desnuda miserias del poder local.
Antonio Caballero escribió en Semana que no conoce ningún godo que sea liberal. Fernando podría ser uno de esos raros casos. Tiene un modo de ser chapado a la antigua en su amada Pensilvania: no bebe ni fuma ni baila, no usa Facebook ni Whatsapp, no es aficionado a algún deporte, no maneja ni tiene carro. Se desplaza a pie o en buseta y su tiempo libre lo dedica a leer. Esas lecturas, que comenta en su otra columna habitual, Hablemos de libros, han hecho de él un liberal en sentido filosófico, defensor de la libertad de expresión, de la equidad de las mujeres y de los derechos civiles más progresistas.
En su declaración de principios escribió: “desde la región se puede hacer un periodismo digno y valiente con estándares éticos y haciendo del oficio una escuela permanente”. Es la primera vez que un editor de fuera de Bogotá recibe este premio, lo cual representa un orgullo para el periodismo regional. En cuanto a su invitación para hacer del oficio una escuela permanente, él la cumple hace rato, no sólo con sus estudiantes de la Universidad de Manizales, sino también con periodistas formados en LA PATRIA que hoy trabajan en distintos medios del país. Muchos señalan que su antiguo jefe fue su gran maestro. Maestro de periodismo y también del bajo perfil.
Pie de página: Gracias a los Octavios, Arbeláez y Escobar, por esta semana feliz de teatro y libros.
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