Leí como si fuera una novela todo lo que publicaron los medios sobre el puma que apareció trepado en un árbol del Parque de La Piedra en La Enea la noche del 15 de diciembre, y que fue liberado por Corpocaldas cuatro días después en la Reserva Protectora Forestal de la Chec.
Que una señora con su hija lo vio y avisó a la policía; que la policía al principio no le creyó; que pesaba 25 kilos y era más grande que un pastor alemán; que bajó desde la zona amortiguadora del Nevado y quizás se desorientó por la pólvora de Navidad; que llevaba al menos dos días en ese árbol; que no quiso comer en el cautiverio; que no le pusieron nombre porque no hay que humanizar a los animales; que le instalaron un collar para seguirle el rastro; que hace días vieron tres pumas por Termales y que también han visto dantas.
Leí todo porque me parece una de las grandes noticias del año: saber que hay pumas entre nosotros. Según la National Geographic son “felinos fantasma, maestros del sigilo que rara vez emergen de las sombras”. También los llaman “león de los Andes”, porque habitan desde USA hasta la Patagonia, aunque cada vez menos ya que la expansión urbana y la ganadería extensiva han reducido su comida y territorio. Algunos los cazan por temor a un improbable ataque a humanos o al ganado. Ojalá aprendamos a protegerlos, así como cuidamos a barranquillos, colibríes y otros emblemas de esta región.
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