Sentí la soledad estando entre la gente,
sentí que entre la gente estaba solo,
miré a mi alrededor y justo al frente
vi a un gran can jugando con don Polo.
Pensé en silencio en una compañía,
una mujer muy bella y atractiva
una doncella que al final sería
dulce mascota cordial y sensitiva.
En sus ojos comprendí su picardía
la invité como amiga a mi posada,
con nobleza, me dio su compañía,
“no volverás a estar solo”, me lo dijo,
la vida es bella estando acompañada
tú serás mi protector y yo tu” hijo”.
La gran soledad del siglo veintiuno, parece una paradoja, cuando la gran familia humana crece y crece para distanciarnos más y más los unos de los otros. Esa soledad existencial, que se expresa como una patología social, se agudiza cada vez con mayor intensidad, afectando las relaciones interpersonales en los núcleos familiares, en las labores cotidianas, en las actividades rutinarias de los seres humanos.
Ese aislamiento, llegado a tal extremo, indujo al ser humano a humanizar a los animales, llegándose al extremo de rodearnos de más y más mascotas a las cuales les prodigamos todo nuestro afecto, nuestras consideraciones y nuestra confianza. Es tal la empatìa, que hasta nombres de personas se les coloca, tratando de llenar u n vacío afectivo que no satisfacemos los humanos. Con este prurito de afecto de los humanos por las mascotas, se humanizaron los animales y, no es difícil que muchos de ellos estén ocupando mejores posiciones que muchos de los seres humanos. Al parecer, siempre el ser humano ha sentido atracción por los animales, al recordar un pensamiento de algún personaje antiguo : “ Mientras más conozco a los hombres, más amo a mi perro”.
Hasta aquí no pareciera haber nada de particular, todos buscamos afecto leal y sincero. Lo que sí no es normal, es que se haya desplazado de los parques y zonas verdes a los niños y personas mayores que ya no pueden divertirse los unos, ni parquear los otros, porque estos sitios se convirtieron el inodoros públicos de perros que orinan y defecan sin la menor vergüenza, ni respeto por quienes son los llamados a disfrutar estos lugares construidos para ellos. Es muy verraco que a uno se le peguen cacas de perro ajeno en sus zapatos y que llegue a la casa y tenga que salir a limpiarse y a veces botarlos por culpa de unos dueños de mascotas sin educación, ni consideración, con la complacencia de una Secretaría del Medio Ambiente que no tiene la autoridad, ni el liderazgo para sancionar a los mascoteros que tienen mucha consideración con sus perros, pero no con los usuarios de parques y zonas verdes de la ciudad, que es el espacio recreativo de todos. ¡Qué lástima que esto ocurra en nuestra ciudad tan culta, pero con tan poco civismo¡
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