Orlando Mejía Rivera*
En Ulrica, un cuento de Borges, le preguntan a un profesor universitario de Bogotá ¿qué significa ser colombiano? y él responde de manera lacónica: "No sé. Es un acto de fe". En medio de las violencias que nos han agobiado, del irracionalismo que justifica la barbarie fraticida, de la obstinación por negarnos a nosotros mismos, los colombianos nos habíamos acostumbrado a vivir no como la novela de Juan Goytisolo titulada Paisaje después de la batalla, sino en un Paisaje en medio de la guerra. A pesar de eso, en este país hemos conocido también el amor, la felicidad y millones de personas nos empeñamos en tener la esperanza de lograr, por fin, una convivencia pacifica, en la que todos podamos estar. Cada vez estoy más convencido que nuestra guerra interna ha sido alimentada por una minoría de fanáticos inundados de odio y de locura. Pero esos fanáticos están en todos los bandos, y sectores de la sociedad, y se mimetizan con discursos vacíos y pomposos que hablan de "patria", "orden", "justicia social", etcétera.
El gran escritor israelí Amos Oz, en su brillante ensayo Contra el fanatismo, ha definido a los fanáticos como aquellos individuos que se creen poseedores de la verdad absoluta y, por tanto, desean cambiar a los demás; o se otorgan el derecho a suprimirlos, si ellos no se dejan transformar. El fanático es mesiánico, intolerante y al creerse superior en el plano moral no acepta acuerdos ni diálogos. Para el fanático negociación significa rendición y sometimiento del otro. Se entiende entonces porqué en Colombia veníamos fracasando de manera tan rotunda en llegar a verdaderos acuerdos sociales. El diálogo genuino presupone, como lo anotó Gadamer en Verdad y Método, escuchar con voluntad auténtica al otro, luego aceptar que él también tiene algo de razón y que para llegar a un acuerdo las distintas partes deben ceder en algunas de sus convicciones. Además, se debe estar dispuesto a superar el odio acumulado, los proyectos de venganza y valorar la vida humana real por encima de ideologías y teorías.
La historia nos ha enseñado que otras naciones han podido superar sus terribles pasados. Pienso que debemos aprender a discutir como una verdadera sociedad civil, en la que los conflictos se resuelvan con palabras, ideas, acciones solidarias y en donde los contradictores no sean vistos como enemigos. Ahora, lo que necesitamos es seguir pensando y buscar más alternativas pacíficas e inteligentes de convivencia. De hecho, el acto de pensar es, como refiere Fouilleé: "unir las ideas diferentes y, en definitiva, conciliar los contrarios". De ahí, el compromiso protagónico que tiene en la sociedad actual la Universidad pública. Los nichos universitarios son las reservas potenciales, de conciliación y paz, que tiene Colombia para crearnos otro destino como pueblo. Por ello, es crucial para el país que se defienda la libertad de pensamiento y que, por ningún motivo, se criminalice a los que piensan distinto.
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Un Estado de derecho es real sólo si respeta el libre albedrío de los ciudadanos para pensar e imaginar otros tipos de sociedad. Recordemos que en la novela 1984, de George Orwell, la dictadura del Gran Hermano ha tipificado el "crimental", porque sabe que mientras un solo individuo tenga la esperanza de una utopía social, el totalitarismo no estará a salvo por completo. Los fanáticos de extremos opuestos se necesitan los unos a los otros, para justificarse a ellos mismos y defender sus acciones intolerantes y violentas. Los terroristas son consustanciales a los dictadores. Por eso, el Gran Hermano necesitaba de la existencia de una red de terroristas contra su gobierno, para sustentar ante los ciudadanos la perpetuación del estado de guerra. Es indispensable que los intelectuales poseamos una independencia crítica, que no significa la neutralidad conceptual, sino, por el contrario, la capacidad de interpretar la realidad sin “anteojeras ideológicas” y, por tanto, sin prejuicios de partidismos políticos o clases sociales.
De otro lado, el arte y la literatura son los antídotos contra la violencia de los fanáticos y sus discursos maniqueos y simplistas. La vida es sinónimo de complejidad y la muerte es el rostro final de la radicalidad conceptual. El misterio de la literatura, lo sabemos desde Kafka, consiste también en mostrar la realidad oculta de la vida de las personas y de los pueblos. De ahí que en las obras de los grandes escritores se encuentren las pesadillas y las esperanzas de lo que fuimos, lo que somos o de lo que nunca seremos. Colombia ha sido Macondo: La peste del odio, las masacres bananeras donde los muertos ya no caben ni en los vagones de los trenes fantasma, el olvido de nuestros vínculos de sangre y de país, los ruidos de una guerra "eterna" que ya nadie sabía porqué comenzó ni para qué debía seguir. Pero tenemos el derecho de crear un futuro distinto y pacífico.
Dos personajes arquetípicos, antihéroes, nos han representado muy bien en nuestra historia: El Maqroll de Álvaro Mutis y el Coronel de Gabo. Maqroll el gaviero tiene un pasaporte falso de chipriota, pero en realidad es ese colombiano que desanda el mundo porque ya no tiene patria, su vagabundear está motivado por la angustia de saberse un paria, un desplazado real y simbólico, un vigía que anuncia la tragedia de una sociedad carcomida por corruptos, malandrines y tartufos. Maqroll es el capitán de un barco que se hunde, entre el óxido y los laberintos del tedio, y sabe en el fondo que su destino es el mismo del país que abandonó: "Me intriga sobremanera la forma como se repiten en mi vida estas caídas, estas decisiones erróneas desde su inicio, estos callejones sin salida cuya suma vendría a ser la historia de mi existencia".
El Coronel representa la otra mitad del corazón colombiano. Se aferra a la esperanza del orden, la justicia y las leyes. Ama su terruño, es digno porque es honesto y sólo espera que le den lo que le corresponde. Su resistencia es simbólica: no vocifera, no soborna, no intriga, se traga su angustia y miseria en medio de un silencio altivo, esperando a que las cosas cambien, a que su país comprenda que el reconocimiento verdadero de cada ciudadano y su dignificación es la única manera de transformar el caos y que se derrumbe el imperio alucinado de los violentos.
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Entre Maqroll y el Coronel están los millones de muertos que hemos sembrado desde los tiempos de la independencia, las cadenas de odio que terminamos por pensar que eran infinitas, los huérfanos, el llanto de las madres, los guerreros de Macondo disparándose entre ellos y tratando de incendiar hasta sus propias sombras. Sin embargo, detrás de Maqroll y del Coronel está otro misterio y una gran lección: el hombre Mutis y el hombre García Márquez, que fueron tan opuestos entre sí, el uno monárquico y el otro comunista, el uno cachaco y el otro costeño, el uno aristócrata y el otro popular, ambos unidos por la amistad de la inteligencia y la solidaridad de ser, a pesar de las diferencias, hijos y hermanos del mismo país de sus sueños, de sus triunfos y de sus derrotas. Los dos nos demostraron, con sus existencias, que la utopía colectiva todavía es posible y que si podemos convivir sin matarnos.
No creo que alguien posea la verdad absoluta de la realidad nacional y volviendo a recordar lo que dice Amos Oz del conflicto palestino-israelí, tampoco la guerra interna en Colombia ha sido una simple "película del salvaje oeste" donde existe el bando de los buenos y el de los malos. Pienso que acá también hemos vivido una "tragedia" en el sentido que le da Amos Oz de: "un choque entre derecho y derecho, entre una reivindicación muy convincente, muy profunda, muy poderosa, y otra reivindicación muy diferente pero no menos convincente, no menos poderosa, no menos humana". Claro está que me estoy refiriendo a ideales y visiones sociopolíticas que sólo tienen sentido en el marco del respeto por la vida y la libertad de cualquier ciudadano. Lo que sigue es responsabilidad de cada uno de nosotros y nos debemos merecer la paz. Los guerreristas deben ser fósiles del pasado decimonónico que no tengan cabida ni justificación en el porvenir de una Colombia del siglo XXI. Aprender a dialogar es la única vía inteligente para la supervivencia colectiva.
*Escritor. Profesor titular Departamento de Salud Pública. Universidad de Caldas.
Contra el fanatismo. Editorial Siruela. 2003.
Foto/Jorge Núñez-EFE/Papel Salmón
Gabriel García Márquez (Aracataca, 6 de marzo de 1927-ciudad de México, 17 de abril de 2014) y Álvaro Mutis (Bogotá, 25 de agosto de 1923-ciudad de México, 22 de septiembre de 2013).
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