EFE | LA PATRIA | Madrid (España)
El rejoneador Diego Ventura volvió a hacer historia el pasado domingo en Madrid, al lograr su decimoquinta Puerta Grande de Las Ventas, un triunfo logrado por la vía de la épica y la temeridad por lo mucho que tuvo que arriesgar y exponer para imponerse a una horrenda "bueyada" de San Pelayo.
Porque más que una corrida de toros, lo que envió el Capea a Madrid fueron seis animales prehistóricos, que promediaron 636 kilos, y que hubieran sido ideales para las calles, no sólo por sus gigantescas hechuras, sino también por lo poco que se emplearon. O buscaban la huida, o directamente se emplazaban en los medios. Y así cualquier espectáculo, a pie o a caballo, resulta desesperante.
El mérito de Ventura fue el ser capaz de imponerse a tantas adversidades, de ahí que hoy por hoy sea el número uno del toreo ecuestre. La capacidad que tiene para elegir terrenos y seleccionar también el caballo adecuado, aunque con Nazarí tenga siempre la ventaja de saber de antemano que nunca le va a fallar.
En el sexto, un torazo de 685 kilos, con el que se fue a portagayola y con la garrocha montando a Lambrusco, la antesala a una faena de muchísimo riesgo por lo poco que colaboró el buey y lo mucho que tuvo que llegarle Ventura.
La plaza ya era un polvorín, más todavía tras otro incandescente epílogo con el caballo Remate. El rejón cayó perfecto. Fulminante. Y la oreja con la que el hispanoluso hacía historia, de ley.
El rejoneador Leonardo Hernández cita al toro durante el decimotercer festejo de la Feria de San Isidro, donde compartió cartel con Diego Ventura.
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