i un proceso de paz con las Farc está lleno de tropiezos, obstáculos y desconfianzas, además de la retórica guerrerista de quienes desde el mando de esta agrupación pretenden hacer creer que tienen todavía el poder para postrar el Estado, aunque las evidencias demuestren que se está más cerca de ser vencidos por el Estado, pensar en un diálogo rápido y contundente con el Ejército de Liberación Nacional (Eln) para llegar a un acuerdo de dejación de armas parece casi una utopía. Esta agrupación es menos vertical y más bien un grupo que funciona como una confederación, en la que los diferentes frentes tienen cierta autonomía, lo que hace que para llegar a acuerdos las discusiones se vuelvan eternas.
Si nos ha parecido que la mesa de La Habana ha sido lenta será realmente complejo entender los tiempos con los elenos, que desde desde hace rato plantean la idea de una Convención nacional que termine en una reforma del Estado. Inclusive la Comisión Nacional de Paz en su momento viajó hasta Maguncia en Alemania para adelantar acercamientos con esta agrupación, que como es costumbre, tiró por la borda la buena voluntad del Gobierno para llegar a acuerdos y avanzar en un diálogo.
Es una lástima que se haya desperdiciado la posibilidad de que Eln y Farc se juntaran en una sola mesa en busca de un acuerdo conjunto, con lo que hubiera ganado la sociedad colombiana, pero ya sabemos que eso poco importa a los combatientes de estas agrupaciones. Además, ahora el Eln tendrá que soportar toda la desconfianza que los colombianos tienen con la mesa de La Habana, con lo cual seguramente lo que antes se les permitió a aquellos no se les autorizará a estos. De ahí lo definitivo del jefe del equipo negociador, el caldense Humberto de la Calle Lombana, en cuanto a que para sentarse a negociar tendrá que haber una acuerdo cierto de que se buscará el fin del conflicto y la dejación de armas.
Es una buena noticia que el presidente de Ecuador, Rafael Correa, hubiera ofrecido el territorio de su país para que se adelanten los diálogos si se concretan, pues eso ayudará; también, que el Eln insista a través de comunicados que están dispuestos a conversar, pero esto se tiene que traducir en hechos ciertos, en avances concretos. Lo peor es el guerrerismo de este grupo subversivo, que les hace cometer acciones excesivas y deplorables, con lo que consiguen mayor desconfianza de la sociedad civil, cuyo apoyo es necesario para lograr el acuerdo, el cual debe tener los mínimos que se exigen a los demás: verdad, reparación y compromiso de no repetición y, ojalá, algo de justicia.
Aunque al Gobierno nacional le convendría iniciar un proceso de paz con el Eln después de firmar con las Farc, al país le serviría que se desarrollara en forma paralela, para que después de lograr acuerdos con la mayor guerrilla del país no se tengan que reabrir discusiones ya saldadas. De lo contrario seguirá siendo esfuerzo perdido o alimento para próximos conflictos o como los llama acertadamente la periodista María Teresa Ronderos, para Guerras recicladas. Esperemos que elenos, Gobierno y Farc entiendan este momento único para la sociedad colombiana.
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