Es verdad que la cantidad de homicidios en Caldas es hoy bastante menor que hace 14 años (fueron 294 en el 2013). De hecho, ahora es de apenas un 23% de lo que ocurría en el 2002 (1.271 casos), lo que nos debería generar sentimientos de satisfacción por ser un gran logro en cerca de una década. Sin embargo, la tasa actual de 28 asesinatos por cada 100 mil habitantes sigue siendo vergonzosa, comparada con lo que ocurre en el resto del mundo, cuyo indicador ronda los 6 casos por cada 100 mil habitantes.
Es tal la paradoja, que nuestro gran logro es que ya estamos al nivel de México, país que encarna actualmente la más grave situación de violencia por causas del narcotráfico en el mundo. Pese a que las acciones guerrilleras y el paramilitarismo están bastante menguados, estamos aún en lo que técnicamente la Organización Mundial de la Salud (OMS) llama nivel epidémico, por lo que no podemos considerarnos aliviados de ese flagelo tan reprochable.
Un completo informe que publicó este diario el pasado domingo muestra cómo desde enero del 2000 hasta diciembre del 2013 fueron asesinadas en Caldas 9.052 personas, una cantidad equivalente a los habitantes actuales de la cabecera urbana de un municipio como Pensilvania, lo cual constituye, sin duda, un fenómeno de muerte de proporciones importantes. Pese a ello, los caldenses vemos esa situación como algo normal, de la misma manera en que todos los colombianos nos hemos acostumbrado a apreciar los distintos hechos de violencia.
Lo más triste de esto es que las personas jóvenes son las que más mueren por homicidios en nuestra región. De acuerdo con las estadísticas, desde el 2008 hasta el año pasado el 62,9% de los asesinatos afectaron a personas menores de 35 años de edad en Caldas. Se trata de una situación generalizada en Colombia y en algunos países de América Latina, donde la población joven es a la vez la mayor víctima pero también la más victimaria en la sociedad.
Esto muestra claramente que el narcotráfico y el crimen organizado, en general, es la principal causa de los homicidios en esta zona, y que la misma lucha entre esas organizaciones es la que aporta el mayor número de asesinatos, en donde el comercio de armas, el contrabando y la trata de personas están emparentados con todas las demás formas criminales. Sin embargo, otra porción considerable del fenómeno tiene que ver con hechos de intolerancia, lo que revela una enfermedad social de proporciones enormes. Estamos en una sociedad que se ha ido acostumbrando al duelo permanente, donde la violencia es protagonista.
En los años recientes los niveles de reducción son menos significativos. La misma Policía acepta que llegará un momento en el que no se notará mucha mejora en los homicidios, pese a que haya mucha vigilancia o se apliquen estrategias para neutralizar al crimen organizado. La razón es que persiste un problema estructural de violencia que va más allá de los simples dispositivos de seguridad, y que requiere tratamiento de mayor fondo para ser remediados, lo cual pasa por los enfoques educativos y culturales.
En el Foro Urbano Mundial que se realiza en Medellín, el tema de la violencia en las ciudades también es analizado. Se parte de la premisa de que en América Latina la tasa de homicidios pasó de 14,1 por cada 100 mil habitantes a comienzos de los años 90, a una tasa de 21,3 el año pasado, lo que significa un incremento del 51% en cerca de dos décadas. Esto va de la mano del auge de las estructuras de sicariato en toda la región, hechos en los que nuestra región del Eje Cafetero fue una oscura pionera en Colombia, comportamiento que aún no podemos decir que está superado.
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