os profesores están en todo su derecho de protestar por lo que consideran injusto en su situación laboral. Para hacerse escuchar pueden echar mano de diversas herramientas, sin que ello implique que sus actos terminen afectando los derechos de otros, en este caso más vulnerables y necesitados de atención, como son los niños y jóvenes estudiantes. Lastimosamente, un amplio sector del magisterio sigue anquilosado en las prácticas de protestas que solo se traducen en paros y pérdidas de tiempo, cuando la actitud debería ser enfocarse en ser verdaderos maestros.
Lo cierto del caso es que los educadores agremiados en la Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación (Fecode) decidieron entrar el pasado miércoles en un paro nacional indefinido, posición que radicalizaron aún más después de que la ministra de esa cartera, Gina Parody, anunció que no se les reconocerá el pago de salarios durante los días que los manifestantes no vayan a las aulas. Antes de que se encendieran las protestas, se buscaron acercamientos en diversos puntos sobre los cuales, finalmente, no hubo acuerdos.
Creemos que quienes se mantienen en paro actúan de manera errónea, pues no es compatible exigir alzas salariales por encima de lo establecido para los demás sectores de la población, si no están dispuestos a ser evaluados. Ellos deben entender que si de verdad les interesa trabajar por la calidad de la educación en el país, al mismo tiempo que aspirar a una mejora de salario deben estar dispuestos a que los midan para saber qué vacíos hay y así poder cualificarse como docentes de alto nivel. Actuar de manera diferente demostraría que solo les interesa su bienestar y no el de sus alumnos.
El ofrecimiento hecho por el Gobierno Nacional, de aumentar los salarios en 10% y entregar bonificaciones a quienes están acabando sus carreras, sin ser lo óptimo es bastante bueno. No podemos olvidar que es la primera vez, en mucho tiempo, que el presupuesto destinado a la educación está por encima del dinero que se gasta en el sector defensa, lo que evidencia el esfuerzo fiscal que se hace para enrrutar la educación de mejor manera. Hay que hacer mayores esfuerzos desde el Estado para mejorar los servicios de salud, es cierto, pero no se puede pedir que sea de un solo golpe, pues no habría cómo sostenerlo.
Nadie duda que los buenos maestros merecen salarios sintonizados con sus responsabilidades, y con los cuales se ayude a su dignificación, pero los paros en lugar de darles argumentos en ese sentido, se los quitan. Si quieren que algún día puedan alcanzar la respetabilidad que tienen, por ejemplo, en Finlandia, donde son considerados la crema de la sociedad, los maestros nuestros tienen que ganárselo. Desde siempre se ha considerado que la mejor pedagogía es la del ejemplo, y es triste que el comportamiento de muchos indique que eso poco les importa, cuando debería ser la razón de ser sus acciones. Ojalá se tome conciencia sobre esto y que los docentes se decidan a volver a las aulas de clase a seguir educando bien a nuestros hijos.
Creemos que las políticas nacionales en esta materia están bien orientadas, estableciendo incentivos para los docentes que se comprometan a mantener un mejoramiento continuo en la calidad de la educación. De hecho, los que muestren pasión por el oficio y adelantos concretos en su formación y pedagogía merecen un mejor tratamiento. Cuando todo debería caminar en esa dirección, la realidad hoy es que cerca de 9 millones de estudiantes están perjudicados en todo el país, y solo en Caldas son cerca de 80 mil los niños que no tienen clases.
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