El debate acerca del paramilitarismo que se realizó el pasado miércoles en el Congreso de la República, en lugar de allanar el camino hacia la verdad de los hechos relacionados con tan grave episodio de la historia colombiana, parece haber generado más dudas y animadversión, lo que no le sirve de nada al país, y es más bien un nuevo obstáculo para el logro de una paz real. El senador Iván Cepeda, del Polo Democrático, se dedicó a repasar detalles ya conocidos sin aportar nuevas pruebas, por lo que quedó la sensación de que solo se quiso hacer bulla y nada más.
El resultado de tanta alharaca es que surgió una lluvia de señalamientos en todos los sentidos, en los que además de comprometer al expresidente Álvaro Uribe con grupos al margen de la ley, Cepeda fue acusado por su cercanía a las Farc, y hasta el senador Jimmy Chamorro cayó en el cruce de ofensas, por sus supuestos vínculos con el narcotráfico. Ahora vendrán nuevos procesos por injuria y calumnia, aunque debe tenerse claro que mientras tales acusaciones no salgan del recinto del Congreso, ninguna de esas afirmaciones ligeras podrán ser tenidas en cuenta por un juez.
Así como resultó desafortunada la intervención del senador del Polo, tampoco fue acertada la actitud de Uribe al irse del recinto en medio del debate, con el supuesto objetivo de ir a interponer una demanda ante la Corte Suprema de Justicia contra Cepeda. Si ya había decidido ir a ponerle la cara a las acusaciones debió permanecer y quedarse hasta el final, sin evadir la discusión y tratando de aclarar las dudas planteadas por sus opositores de manera tranquila. Como miembro del esa corporación, el líder del Centro Democrático debe acogerse a las reglas de juego, como están previstas en las normas.
Ahora bien, pese a que no hay mucho o nada nuevo en lo dicho en ese debate, la justicia sí debe cavar más profundo. La Corte debe superar lo anecdótico de ese rifirrafe y concentrarse en una investigación a fondo de los posibles hechos denunciados, tales como el supuesto vínculo del senador Chamorro con actividades ilícitas. El alto tribunal tiene que actuar en la búsqueda de impartir justicia, y si es el caso designar comisiones especiales de investigación que arrojen resultados prontos.
Si había heridas antes de hacerse el debate, lo real ahora es que tales lesiones son más profundas y complejas, y que está más lejana una posible cicatrización. De hecho, si había un Congreso polarizado, ahora hay posiciones que se antojan irreconciliables, lo que puede hacer que las iniciativas más importantes que esperan un trabajo coordinado y serio del Congreso podrían terminar opacadas por las rencillas revividas.
Aunque es preferible que las diferencias se puedan resolver a través de las palabras, sin hacer uso de medios violentos, como las armas, las acusaciones a diestra y siniestra, sin el suficiente sustento, y los discursos llenos de odio van en contravía del querer nacional de hallar la paz que necesita el país. Está bien que haya una catarsis, siempre y cuando lo que venga hacia futuro sea la voluntad de convivir con un mayor respeto y con reglas de juego éticas, que eviten hacer más profunda la polarización. Todo indica que esa no será una tarea fácil.
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