La denuncia hecha por este diario la semana pasada sobre los regalos que recibió el técnico del Once Caldas, Flabio Torres, de dos jugadores del equipo, a quienes les compraron los derechos deportivos y este año lograron firmar contrato hasta el 2017, con el visto bueno del estratega, deja muchas cosas por reflexionar. Las muestras de agradecimiento de Marlon Piedrahíta y Camilo Pérez con el técnico, las cuales se tradujeron en un costoso reloj y en $4 millones en efectivo, que son vistas como algo normal por los directivos del equipo, toman otro matiz cuando se recuerda que hace un mes el exjugador del equipo Peter Sammy Domínguez denunció que directivos le estaban cobrando por jugar.
Ya los directivos del Once anunciaron demandas en contra del jugador que hizo la denuncia, pero independientemente del resultado de ese caso concreto, sí llama la atención que Torres diga que nada tuvo que ver con la decisión de los dueños del equipo de comprar los derechos deportivos de Piedrahíta y Pérez, y que al mismo tiempo haya aceptado las muestras de agradecimiento. Por encima de la contradicción hay un claro conflicto de interés y un asunto ético que no es de poca monta, pues se trata nada más y nada menos que de una relación entre jefe y subordinados, y no de cualquier tipo, pues claramente es Torres quien decide quién sale a la cancha en cada partido. También es llamativo que ahora diga que no le aceptó un regalo similar a César Arias cuando los dirigentes decidieron comprar sus derechos deportivos.
Lo más triste es que según la Asociación de Futbolistas Profesionales (Acolfutpro) en nuestro medio es normal que los jugadores se quejen de que les cobran para ponerlos a jugar, o que deben entregar una coima para hacerlo. Eso es muestra de un cáncer que hay en nuestro fútbol, una corrupción que pisotea los talentos y privilegia a quienes se portan bien con el jefe no en el sentido estricto de ser cumplidor y responsable con sus obligaciones en la cancha, sino con lo que puedan compartir en dinero. Si esa práctica se ha generalizado en nuestro medio es impostergable erradicarla y establecer los mecanismos para evitar que se repita en el futuro.
Ahora bien, ¿qué se puede esperar de nuestro fútbol, cuando se dan casos tan delicados en el ámbito internacional como las denuncias contra dirigentes de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA), que supuestamente recibieron sobornos para entregar la sede del Mundial del 2022 a Catar? Todo parece indicar que en el fútbol hay toda clase de mafias y prácticas alejadas de la ética que, lastimosamente, en gran parte de los casos son vistas como normales por quienes se mueven en ese ambiente. Por lo visto, el fútbol requiere remedios urgentes en todos los niveles para no sucumbir ante los conflictos de interés que lo avasallan.
Tampoco podemos olvidar que el fútbol colombiano también ha padecido el flagelo del narcotráfico. Los casos de los carteles de Medellín y de Cali o de criminales como alias El Mexicano, involucrados en los clubes son una oscura experiencia. Deberíamos haber aprendido de esos malos episodios para evitar caer en prácticas alejadas de la ética que solo pueden traducirse en pésimas consecuencias. Si como afirma el comentarista deportivo Esteban Jaramillo esas mordidas que ahora se denuncian son frecuentes en el fútbol, estamos en el peor de los escenarios.
Deberían tomarse ejemplos de otros países, en los que los técnicos nada tienen que ver con las negociaciones de los contratos de los jugadores, y su única intervención es para solicitar ciertos perfiles a los dirigentes de los clubes. La tarea de los estrategas se enfoca en garantizar el rendimiento de los jugadores y en obtener los triunfos sin pensar en nada distinto que en los esquemas ganadores y llevando a la cancha solo a los que están en mejores condiciones. Urge tomar medidas para que la ética sea vital en cada uno de los actos de nuestros hombres del fútbol.
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