Hace 16 años los días 29 y 30 de julio fueron oscuros para el corregimiento de Arboleda (Pensilvania), en el oriente de Caldas. En la más cruenta toma guerrillera de las Farc en este departamento, 13 policías murieron, lo mismo que 4 civiles, mientras que un uniformado sigue sin aparecer. Los testigos de los hechos recuerdan que el ataque duró cerca de 27 horas y que unos 300 subversivos se pasearon victoriosos por el poblado, que fue señalado desde antes como objetivo militar por los terroristas y que terminó en buena parte destruido por las cargas explosivas que se usaron.
Hoy se publica en este diario la segunda entrega de un informe especial en el que los familiares de las víctimas de la toma recuerdan con cariño a sus seres queridos. Es una especie de homenaje a 18 personas que entregaron sus vidas a una guerra que, por fortuna, hoy parece estar llegando a su fin. Si bien en Caldas no se reporta presencia de grupos guerrilleros desde hace cerca de ocho años, y en gran parte del campo caldense se vive una especie de posconflicto adelantado, las heridas de aquellos días siguen sin sanar plenamente y esperan aún que desaparezcan con el tiempo.
Al leer las distintas historias de este homenaje a los héroes de Arboleda, se observa con dolor que las víctimas fueron en su mayoría personas muy jóvenes que soñaban con un mejor futuro para ellas y sus familias, que tenían la esperanza de dejar atrás la zozobra de la guerra y labrar un futuro lleno de logros y satisfacciones. Sus vidas quedaron truncadas por la barbarie, por el odio, por la irracionalidad, dejando en sus allegados una estela de dolor que permanece y de la que ven casi imposible salir, al recordar todo lo positivo de quienes solo sobreviven en sus mentes.
Este tipo de sangrientos episodios son los que deben llevarnos a reflexionar a los colombianos acerca de la urgente necesidad de voltear la página y tratar de construir un país en paz, en el que la crueldad de lo vivido en Arboleda no se repita. Es evidente que las Farc cometieron innumerables abusos y crímenes que llevaron al derrame de mucha sangre inocente, y por eso es fundamental que en el sistema de justicia transicional haya castigos para quienes lideraron tales actos criminales.
No obstante, también es el momento de apagar para siempre las posibilidades de que la chispa de la guerra reaparezca, y más bien tratar de mirar hacia el futuro y construir entre todos, incluso con quienes se equivocaron en forma tan grave, un país en el que todos quepamos y en el que reine el respeto por la vida. De los tristes episodios de la guerra debemos aprender que el odio no sirve para nada, que en lugar de pensar en posibilidades de venganza la mejor forma de quitarse ese peso de encima es avanzar hacia el perdón y la reconciliación.
Hoy les expresamos una solidaridad sincera a las familias de estos héroes, quienes tienen que permanecer en el tiempo como íconos de fortaleza, de tenacidad y símbolos de vida. Los caldenses debemos pensar en todo el sufrimiento que han tenido que soportar los allegados de las víctimas, y desear que nunca más vuelvan a ocurrir hechos en nuestra tierra que puedan causar tanta tristeza. Igual deben pensar todos los colombianos, para darnos la oportunidad de un porvenir en el que predominen las alegrías.
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