La Constitución es el camino. Así se promovía hace 25 años la puesta en marcha de la Asamblea Nacional Constituyente, convocada entonces para unos temas específicos, pero que después de posesionada se atribuyó funciones que fueron mucho más allá, incluida la revocatoria del Congreso y la redacción de una nueva Carta Magna de cabo a rabo, la cual sirvió para modernizar ciertos temas del país, para reconciliar sectores de la guerra como el M-19 y para dejar atrás el bipartidismo casi obligado que existió hasta entonces. Desde su promulgación se han hecho reformas, necesarias unas, no tanto otras, algunas excesivas, otras revolucionarias, pero con la demostración de que no es una camisa de fuerza, sino un documento en construcción permanente y actualizable a las realidades.
Hoy, desde la mesa de negociación de La Habana, se propone una constituyente, también desde varios sectores políticos del país, amparados en que si una de estas formas de participación permitió la reconciliación con una agrupación guerrillera, otra servirá para lo mismo. Esta idea tiene varias dificultades para su puesta en ejecución. Pensar que los problemas como sociedad se resuelven solo con una constituyente es seguir convencidos de que los cambios se dan por mandato y no como se requiere, desde las entrañas de la sociedad, desde el trabajo y la comprensión en las comunidades para entender las realidades y hacerse cargo para transformarlas.
Una dificultad mayor que se presenta es que todos tienen concepciones diferentes de lo que quieren lograr con una constituyente. El ejemplo del M-19 es muy bueno porque ellos ganaron los escaños por elección popular. Su idea de país llegó allí respaldada en las urnas, igual le sucedió al entonces Movimiento de Salvación Nacional. En cambio, hoy las Farc pretenden que se haga con nominaciones a dedo, lo cual en nada beneficia la idea de construir entre todos, sino de imponer sus criterios, lo que han intentado antes por las armas, ahora quieren que se haga por la dictadura del decreto. Así no puede funcionar una democracia. Esa tozudez en la que se empeñan de imponer y no de concertar, es gran incógnita para el futuro, si se firma el acuerdo en La Habana.
Grandes constitucionalistas, entre ellos Humberto de la Calle, jefe del equipo negociador con las Farc y protagonista de la Constitución de 1991 como ministro de Gobierno, han hablado de las cosas que aún faltan por desarrollar de la Carta Magna. Por eso deberíamos preocuparnos mejor por hacer que se pongan al día, que se hagan los desarrollos legislativos necesarios para que el documento sea vivo, siga siendo un inspirador de los cambios, para que los derechos que consagra se hagan respetar y para que los deberes se asuman con la responsabilidad debida. No se puede andar haciendo cambios constitucionales a la medida de quienes insisten en ganar en los escritorios lo que no pudieron en la guerra. El país hace un gran esfuerzo para aceptar a las Farc, después de todos los atropellos que cometieron. Parece que sus jefes no quieren entender que la tolerancia y la aceptación requieren señales de que son capaces de integrarse al país y no de imponerse. No se trata de una rendición del Estado, sino de una negociación. En eso creemos la mayoría.
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