Las caídas, los fracasos, las situaciones que causan dolor son las mejores maestras de los seres humanos. Tragedias como la del volcán nevado del Ruiz, de la cual se cumplen hoy 30 años, nos han enseñado multiplicidad de cosas, comenzando por la necesidad de recordar cada tanto estos amargos momentos, como insumo fundamental para mantener unas medidas permanentes de prevención que bloqueen cualquier posibilidad de que ocurra en el futuro una situación parecida a la que sufrió Colombia el 13 de noviembre de 1985.
El volcán ha demostrado durante estas tres décadas que permanece activo, con frecuentes emisiones de cenizas, con numerosos tremores en su interior y la permanente posibilidad de hacer erupción. Si bien se mantiene en estado amarillo, lo que indica una alerta baja, ese comportamiento puede cambiar en cuestión de días y hasta en horas, por lo que los pobladores de los alrededores del Ruiz deben permanecer atentos a los cambios que se den allí, y de esa manera poder reaccionar con mayor rapidez y eficacia ante cualquier eventualidad. La misma actitud debe ser asumida por quienes viven en las riberas de los ríos que nacen en ese sector de la Cordillera Central, tanto del lado de Caldas como del Tolima.
Desde el punto de vista institucional hay que resaltar que, como parte de los actos de conmemoración de las primeras tres décadas de la tragedia que destruyó Armero y causó daños de consideración en Chinchiná y Villamaría, el Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales haya firmado el primer convenio marco de cooperación entre la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo y Desastres y el Servicio Geológico Colombiano, para fortalecer las políticas públicas con referencia a las amenazas volcánicas y geológicas. De esa manera se podrá crear una red de monitoreo para mitigar los riesgos en el volcán.
Hoy es también el día para recordar a todas las personas que murieron en esa tragedia, considerada entre las peores del siglo XX a causa de una erupción volcánica. Si bien la tolimense Armero aportó la mayor cantidad de muertos, con cerca de 25 mil, los hechos que enlutaron a Caldas debido a lo ocurrido en Chinchiná, donde fallecieron unas 2 mil personas por la potente avalancha, nos demostraron la vulnerabilidad que tenemos frente a este tipo de fenómenos naturales. El dolor de recordar debe servirnos para reforzar las decisiones que nos lleven como comunidad a movilizarnos cuando se requiera una reacción rápida frente a una erupción posible.
Hay que avanzar más en pulir detalles de las alertas tempranas, en la planificación del territorio y en la divulgación del conocimiento científico, para que todos los involucrados, de manera directa o indirecta, asumamos patrones de conducta que nos permitan hacer frente a los fenómenos naturales sin caer en el pánico o en la desesperación paralizante. Por el contrario, hay que entender que en la medida en que haya mensajes claros, y se actúe con total calma y racionalidad, una eventual erupción podrá convertirse solo en una anécdota sin víctimas, que nos llene de mayor confianza hacia el futuro.
El tiempo pasa implacable y cada vez es mayor el riesgo de que se evapore la experiencia de quienes vivieron de manera directa la tragedia y han aprendido cómo reaccionar mejor ante una situación similar. Somos responsables de que los más jóvenes se apropien de estos conocimientos y entiendan la real magnitud de los riesgos que nos ofrece la naturaleza, y concretamente el volcán nevado del Ruiz, esa bella montaña de la que nos sentimos orgullosos, pero que también requiere ser mirada con respeto.
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