La noche un nuevo amanecer
Historia de su vida como invidente. Modelo de independencia y superación. Ejemplo.
Vicky Salazar
LA PATRIA | MANIZALES
El límite está en la mente de cada uno. Las discapacidades físicas son, para unas personas, oportunidades de superación, de volar en busca de nuevos horizontes, mientras para otras, talanqueras que les impide hacer una vida prominente llena de satisfacciones y logros personales.
Octavio Ochoa Arango está entre los del primer grupo. Su trasegar por la vida lo ha hecho con dignidad, valiéndose por sí mismo y sin molestar a nadie, como afirma. Él es el paradigma de su familia, que lo motivó a escribir el libro: La noche un nuevo amanecer, obra "sin pretensiones literarias, solo con el fin dar mi testimonio y con la cultura que me alcanza", dice entre risas, y que presentó ayer en el Fondo Cultural del Café.
Inicio
Desde los 11 años comenzó a perder su vista. Viajó a los Estados Unidos donde vivió durante un año en el que estudió inglés. En 1956, a los 16 años, estudiaba en Bogotá cuando se le desprendió la retina y quedó invidente. "En esa época no había la posibilidad de que un hombre ciego en Colombia pudiese ir a estudiar su bachillerato en el colegio y después a la universidad, era muy limitado había superprotección por parte de las familias y mucha falta de cultura", dice.
Octavio Ochoa se empeñó en buscar la luz de sus ojos hasta que le ratificaron que no había nada para hacerle. "Pensando en mi provenir decidí viajar a Europa. Conseguí una plata prestada y me fui en busca de salud y de un porvenir. Fue una aventura porque me tuve que devolver sin haber logrado nada", recuerda.
A su regreso le ofrecieron hacer un curso en el Centro de Rehabilitación para Adultos Ciegos (CRAC) que acababan de crear. "El más grandioso que hay en América Latina y que todavía existe", asegura. En el CRAC aprendió a manejar el bastón al que llama Tomasito. "Él me acompaña por los caminos del mundo sin tener que molestar a nadie". afirma.
Su obstinación lo llevó a retomar el camino hacia Estados Unidos, quería estudiar y mejorar su inglés. "Hice lo que pude hasta llegar donde el presidente, Guillermo León Valencia, quien me regaló los pasajes para irme en un barco de la flota Mercante Grancolombiana. A mi llegada a Estados Unidos me devolvieron porque iba a ser una carga para el Estado", recuerda con tristeza y rabia.
Comerciante
"Cuando regresé me encontré ocasionalmente en el almacén de Efraín Ángel con una muchacha de Yarumal (Antioquia) que no me dejó volverme para allá y hoy todavía anda conmigo: Myriam del Socorro Zuluaga. La propuesta era que nos casáramos y nos fuéramos para Manhattan. Nos casamos, pero desde entonces empecé a trabajar para velar por la obligación que había adquirido", dice entre risas.
Ochoa Arango vendía mercancía que traía de San Andrés, Maicao y Bogotá y, cuando no tenía mucha plata iba a Barranquilla o a Cali. Cuenta que la mercancía la repartía en las oficinas, los bancos y las empresas a punta de valeras y los 15 y los 30 se iba a cobrar. "Me iba muy bien y nunca en la vida me robaron ni un colorete. Me gustaba trabajar con cosméticos, perfumería y cacharros, con la ropa no porque con eso la gente jode mucho. En cambio las mujeres por pintalabios, lápices delineadores, y perfumes hacen lo que sea. Así trabajé por muchos años hasta que abrieron el sanandresito en Manizales y se me dañó el negocio".
Después comenzó a negociar con carros. Compraba, vendía y cambalachaba con habilidad. "Los negocios han sido mi vida", afirma. En 1998 decidió que había cumplido con su obligación y decidió irse a vivir al campo.
Ebanista
La casa, ubicada en la vereda Baja Argelia, es un remanso de paz. Él vive en compañía de su esposa y su hija, Diana Marcela, diseñadora de modas, de quien afirma es su ángel de la guarda. Su hijo Juan Felipe vive en Manizales, y Germán Ignacio, en Leticia (Amazonas).
"Aquí tengo un taller de ebanistería a full de herramientas, me precio de decirlo. Tengo algunas máquinas eléctricas que manejo y con las cuales he hecho los muebles de la casa y algunos trabajos para afuera", dice mientras muestra a su paso todo lo que ha hecho.
Y como no se pone obstáculos en su camino, comenzó a escribir su libro en una máquina que tenía hace 40 años. "Un día conversando con un amigo por teléfono escuchaba que él hablaba con alguien, le pregunté con quién estaba y me dijo que era su computador, lo visité y supe como trabajaba con él, entonces compré uno. Ahí continué escribiendo el libro que ya había comenzado. A mi me ha gustado vivir la vida a la par con el hombre, hombro a hombro, y este libro La noche de un nuevo amanecer, es el testimonio de ello.
La frase
Conozco ciegos que son completamente ineptos. En el CRAC nos enseñan a manejar la vida con orden.
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