El anuncio del presidente Juan Manuel Santos sobre la intención de la vinculación del país a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en calidad de miembro asociado, demostró dos cosas:

La primera es que Colombia está rodeado de vecinos sensibles con este tema y sus críticas y reacciones se sintieron inmediatamente de manera alarmante. Incluso Bolivia utilizó la expresión "tambores de guerra" ante el anuncio. La segunda, y más preocupante, es que no hay unanimidad en los mensajes al interior de la administración actual.

Más se demoró el presidente Santos en anunciar la intención con la organización internacional, que en contradecirlo el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, al decir que Colombia no estaba interesada en esto, y además que técnicamente no podía ser miembro de la entidad.

Y es así. El ingreso a esta organización está vetado para cualquier nación situada por fuera del continente europeo.

¿Improvisación del presidente Santos el anunciar un propósito de algo que es imposible técnicamente? Pareciera que sí a primera vista. O un error.

Pero una mirada más detenida de los hechos denota una estrategia más compleja y planificada.

La OTAN es una entidad de carácter militar creada posteriormente de las negociaciones entre los signatarios del Tratado de Bruselas de 1948, que son Bélgica, Luxemburgo, Francia, Países Bajos y el Reino Unido, a quienes después se unieron Estados Unidos y Canadá. Otros países de Europa Occidental que han sido invitados a participar son Italia, Islandia, Dinamarca, Noruega, España y Portugal.

El objetivo inicial de la OTAN era proteger a Europa ante la amenaza expansionista que estaba adelantando la entonces Unión Soviética después de la Segunda Guerra Mundial. Actualmente, su función es salvaguardar la paz y el cese a cualquier conflicto entre naciones o países miembros.

¿Qué buscaba el presidente Santos al pertenecer a esta organización militar tan lejana a los intereses o riesgos internacionales de Colombia? Simplemente mandar un mensaje a los vecinos y distraer la atención sobre las declaraciones inflamatorias del presidente de Venezuela por la reunión con Capriles. Y lo logró.

En este momento quedó trazada una línea clara que pretende imponer distancia de la Casa de Nariño con los gobiernos socialistas de la región. Necesario. Ahora bien, el costo que trajo esto fue introducir un factor de inestabilidad ya que la intención, real o no, de hacer parte de la OTAN reñía con iniciativas como Unasur y, en particular, con el Consejo de Defensa Suramericano.

Al no exponer claramente los matices de esta intención, pareciera que el jefe de Estado quería constatar de primera mano el alto nivel de sensibilidad que hoy se impone en la región. Arriesgado.

Pero lo que quedó demostrado es que la idea de unas tropas de países con enorme poderío bélico en el territorio colombiano, aunque fueron elucubraciones que duraron poco tiempo, generaron una imagen inquietante para los mandatarios vecinos como Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Evo Morales.

Sin embargo todo esto funcionó para distraer la atención de la molestia del presidente Maduro por la visita de Henrique Capriles a Santos, que incluso causó inestabilidad en el proceso de paz con las Farc.

Ya la tensión pasó simplemente con el anuncio que Colombia no va a ser parte de la OTAN. Que es un mensaje tan relevante como decir que Colombia no va a ser parte de Europa ¡porque no se puede!

Tanto el nacimiento como la solución de esta tensión en la región, en especial con Venezuela, únicamente demostraron que con los mandatarios de los vecinos países no se puede hacer diplomacia y política internacional seria, sino que toca jugar esta dinámica, que el presidente Santos jugó muy bien, de distraer al gato con varios cascabeles.

Maduro se molestó con Colombia por una reunión sin importancia, y se tranquilizó por el anuncio del fin de una intención que desde el principio era imposible. Asombroso y jocoso.