Hace unos días un amigo publicaba en una red social una foto de sus platos preferidos de una multinacional de comidas rápidas, al pie de la cual comentaba: "esperando a los nazis de la comida saludable". Empecé pues a pensar en los grupos de fundamentalistas que andan atacando las ideas, gustos y conceptos de los demás como si tuvieran la verdad revelada, como si la única forma posible de pensamiento y comportamiento fuera la que ellos siguen y profesan.
Hoy encuentra uno nazis en todas las corrientes y credos, están los relacionados con la alimentación, la religión, el ateísmo, la crianza de los niños, las relaciones de pareja, las formas de alcanzar el éxito laboral y, por supuesto, los de izquierda, los de derecha, los de centro izquierda y centro derecha, en fin, la lista es para todos los gustos e incluye todos los rubros de la vida de los seres humanos.
Pero lo que es aún peor, es que uno encuentra casos de fundamentalistas investidos de funciones públicas que usan el poder que les confiere un cargo para fomentar sus ideas y perseguir a sus contradictores, incluso contraviniendo el principio de legalidad, marco jurídico en el cual deben actuar todos los funcionarios públicos.
La semana pasada, la abogada Mónica Roa, defensora de los derechos reproductivos de las mujeres, fue víctima de un hostigamiento en su oficina. La doctora Roa, que ha sido la abanderada de la interrupción voluntaria del embarazo, es perseguida por los fundamentalistas del derecho a la vida. Paradójicamente, pareciera que para estos defensores de la vida, la única realmente importante es la de los que piensan como ellos, o los que potencialmente pueden pensar como ellos, porque el derecho a la vida de personas como Mónica Roa que los contradice, con razón o sin ella, no parece digno de defenderse a ultranza.
Uno de los problemas más grandes que tenemos que afrontar en este país es que algunos colombianos, muy pocos pero muy representativos, consideran que sus ideas, argumentos y creencias, son más importantes y preponderantes que las de otros, y que estas diferencias se pueden zanjar silenciando la voz del que piensa distinto.
Cuando nos radicalizamos en nuestros argumentos e ideologías, desconocemos que el otro es un ser igualmente pensante y nos convencemos que la única vía posible es la conversión del disidente, no hay forma de conciliar, transar o llegar a un mejor acuerdo.
Lo grave de la radicalización de las ideas y creencias es que olvidamos que el derecho a ser y pensar diferente es inherente a todo ser humano. El derecho a la diferencia, lleva implícito el correlativo deber de respetar la opinión del otro, lo cual también implica, la posibilidad de oírlo, sin prejuzgarlo, y aceptar que alguno o parte de sus argumentos pueden ser valederos, relevantes o importantes y que a partir de nuestras diferencias podemos construir una idea mejor.
No podemos tener una sociedad plural, abierta, incluyente y participativa si no tenemos en cuenta las ideas del otro, si no construimos sobre la diferencia, ¿por qué no, en vez de molestarnos por el argumento contrario, edificamos a partir de él una solución mejor?
Nota: En mi pasada columna me referí a que el presidente Santos había tenido la valentía de sacar del closet a la pobreza, sin embargo, parece que estas intenciones se quedaron solo en el discurso. La propuesta de gravar la canasta familiar va en contravía de querer mejorar las condiciones de inequidad y pobreza en la que viven millones de colombianos. El argumento de que el Presidente desconocía la iniciativa es difícil de creer y deja el sabor amargo de que el Gobierno, en verdad, no está pensando en los más pobres.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015