Tengo la fortuna de contar en mi patrimonio afectivo con muchos amigos, quienes creen y a quienes les "duele" Manizales, a la que le deben una calidad de vida de excepción; su reciprocidad para con ella la ejercen participando en diversos escenarios donde se realizan, debaten y construyen iniciativas ciudadanas, desde eventos culturales hasta planes estratégicos o de recuperación de la ciudad, y otros, los que pedalean sin descanso desde dependencias oficiales o privadas, motivados por sacar adelante proyectos que están concebidos para darle un giro de ciento ochenta grados al desarrollo de la ciudad, como la gerencia y el equipo del Aeropuerto del Café por ejemplo, o el departamento de ingeniería de Gensa que me tocó en suerte.
Uno de ellos me llamó en días pasados para comentar el artículo titulado "S.O.S., se necesita urgentemente un curador", publicado en "el periódico de casa" el domingo 22 del mes de septiembre, e incluso sin proponérselo sugirió el título de éste escrito. El centro de la conversación giró alrededor del papel que deben jugar las asociaciones profesionales y muy particularmente las integradas por ingenieros y arquitectos, pues al fin de cuentas es a ellas a quienes les corresponde por razones de su esencia técnica de un lado y su sentido humanista del otro, la veeduría de las obras públicas que se realizan en la ciudad.
La pertinencia de estas asociaciones en un mundo posmoderno, está muy por encima de la mera preocupación por el bienestar de sus asociados, incluso, parte de la crisis por la que atraviesan en la actualidad se deriva de esa minúscula visión; velar por la preservación de la ciudad como el lugar por excelencia para la realización del ser humano es el verdadero sentido de su existencia, sin el cual podrían convertirse únicamente, en entretenidas reuniones de egresados de distintas facultades o escuelas universitarias. En razón de su oficio tienen la responsabilidad de enseñar a ver, de dar señales precisas a la ciudadanía, educándola acerca de los valores con que cuenta y de la importancia de su participación en las intervenciones de la ciudad, nada distinto a un moderno ejercicio democrático en el cual el ciudadano de a pie, se hace copartícipe de la modelación cualificada de un hábitat que indiscutiblemente está destinado a permanecer en el tiempo.
Es justamente por esto, por lo que las asociaciones de Ingenieros y Arquitectos son por ley cuerpos consultivos del Estado, pero para que ello sea real es necesario evitar las migajas que se desprenden de su mesa, por eso no se entiende el silencio, cómplice en la mayoría de los casos, ante los exabruptos urbanos y arquitectónicos que se cometen en nombre del progreso.
Manizales es dada a los eufemismos y a las obras inconclusas, que no tendría sentido continuar porque o no son iniciativas del alcalde de turno, pues se perdería aquella vieja idea descrita en el génesis de que antes de él nada había sido creado, o porque en realidad estuvieron mal planeadas y son inconvenientes para la ciudad. La Avenida Sesquicentenario, por ejemplo, que luego de atravesar los provocadores túneles de la Universidad Autónoma en el sentido norte-sur, se topa de bruces con una callecita estrecha, incomoda y peligrosa a la vez y cuya construcción de continuarse causaría enormes traumatismos a la población, que quedaría segregada al costado sur de la ciudad, un vasto sector del territorio urbano sería condenado al exilio en su propio hogar. Generalmente se recurre a ingenieros, para el diseño de las obras públicas como el caso de las intersecciones viales o las avenidas, dejando de lado a los urbanistas quienes por razones de su formación deberían ser los líderes de estos trabajos. Es como si yo tuviera necesidad de una operación a corazón abierto y me limitara solo con el concepto del anestesista. Lo acabamos de vivir en una de las recientes administraciones donde se nos vendió la idea de una "Nueva ciudad" refiriéndose a la transformación de la fisonomía urbana y hasta donde yo sepa no se incorporó a la Administración Municipal ningún urbanista de importancia que hiciera honor a semejante reto, o el Invama que tiene por encargo hacer posible la construcción de las obras públicas mediante el derrame de valorización y no obstante se obstina en determinar cuáles y cómo son las obras que requiere la ciudad; zapatero a tus zapatos pudiera ser un corolario apropiado para el segmento que acabamos de leer.
Otro ejemplo es la Avenida Paralela que frena en seco con luminarias y todo ante una zona protegida, decretada por el municipio como de protección ambiental y no pasa nada, las asociaciones de profesionales guardan un "respetuoso" silencio.
Ha sucedido lo mismo con innumerables bienes públicos como escuelas y colegios, centros de salud e incluso con edificios de gran valor arquitectónico, que una vez pasan al Estado se los lleva el diablo, por el descuido y la osadía con que son tratados. Prueba de ello es la estupenda casa que hoy ocupa Ingeominas, diseñada por el arquitecto Gabriel Serrano Camargo, uno de los profesionales más importantes del siglo XX en Colombia; Manizales tenía el privilegio de contar con dos de sus obras, la primera en la Avenida 12 de Octubre, que una vez adquirió la institución arriba mencionada, la saturó a tal punto que perdió su valor, a la otra de sus obras en la calle 58, Profamilia le extirpó uno de sus mejores atributos: un "camarín" de refinada concepción plástica para darle una burda fisonomía de escaparate viejo. No menos bien le ha ido a la ciudad con las obras del arquitecto manizaleño Robert Vélez Sáenz, Empocaldas masacró la casa diseñada por él, para un ciudadano a carta cabal: Don Jorge Echeverry Mejía, ¡una propuesta arquitectónica de refinado y austero planteamiento urbano!, para dotarla con la pompa efímera de un "altar de corpus". Ni una señal de duelo por las obras perdidas, ni una alerta por el engaño del que ha sido víctima la historia.
Si bien el papel de las universidades, y concretamente el de las escuelas de arquitectura y urbanismo en relación con las obras públicas de la ciudad, es objeto de otra reflexión, me parece del caso hacer alusión al obsceno eufemismo, que se utilizó para rebautizar la Avenida Lindsay como Paseo de los Estudiantes, que no mereció de una protesta oficial o aunque fuera de una manifestación liderada por las directivas universitarias, los maestros, los estudiantes o los trabajadores, con la anuencia de las sociedades de Ingenieros y Arquitectos, quienes presenciaron impávidos la violación de que fue objeto la vida urbana y en especial la vida universitaria, en una ciudad que se anuncia y se precia de ser "eje del conocimiento".
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