Como el tema da para mucho más de lo que se dijo en la primera entrega, vale la pena evocar historias que se tejen alrededor de las tiendas, que hacen parte de la vida de los municipios que todavía conservan el alma elemental y simple de las comunidades pueblerinas, distinta de las grandes urbes, frías, impersonales y distantes, donde la gente vive una inmensa soledad, rodeada de millones de personas.
Una característica muy particular de las tiendas de los pueblos de la zona cafetera es que han sido el banco de los campesinos. Normalmente no tienen aviso, ni nombre, y se identifican con el del dueño del establecimiento: "la tienda don Lolo, don Ricardo o don Anselmo. O la de los Mejías, los Vélez o los Mayas". Y un letrero, rústicamente elaborado, indica que "se compra café, pasilla, cacao e higuerilla". En estos negocios, que suelen tener clientela fija, se les "larga" cada semana mercado a los campesinos y la cuenta se lleva en un cuaderno, sin letras ni facturas. Es un negocio de buena fe. Cuando el cliente vende café, al mismo proveedor, cancela el saldo de la cuenta y si sobra alguna plata la deja en poder de éste, para retirarla a medida que sea necesario. El montañero es esquivo para tratar con bancos y prefiere al tendero, con quien el trato es cordial y sincero y no requiere documentación.
La "encima" es una vieja costumbre, que consiste en que, sobre el mostrador de la tienda, hay un frasco de boca ancha con bananas, para darles a los niños que van a hacer mandados. Y éstos siempre la reclaman. Cuando al muchachito lo mandan a buscar al papá, entra a la tienda y pregunta: -Don Lolo, ¿usted ha visto a mi papá? -No, mijo, por aquí no ha venido, le contesta. -Entonces deme la encima.
Lo de la falta de avisos en las tiendas comenzó a cambiar cuando se pusieron de moda los de gas neón; y para escoger el nombre se convocaba la opinión de clientes y familiares. Los llamativos avisos de neón tenían distintos colores en cada palabra y un mágico sistema hacía que "caminaran" de lado a lado del aviso, de ida y regreso.
Don Marco Tulio Osorio, a quien llamaban "Cacharro", era un simpático tendero de Montenegro, Quindío. Guasón y mamagallista, vivía en olor de buen humor. Su tienda, que funcionaba en un local anexo a su residencia, no tuvo por mucho tiempo nombre ni aviso, hasta cuando le pusieron una competencia al frente, con un vistoso y colorido aviso de neón: El Rayo. Alguien le indicó a don Marco Tulio que iba a tener que poner aviso él también. A lo que contestó que ya lo había mandado hacer. -Sí… ¿y cómo se va a llamar su tienda? -Pues como ese del frente le puso a la suya El Rayo, yo a la mía le voy a poner Santa Bárbara Bendita. Y, evidentemente, así lo hizo.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015