Tal y como están las cosas, entiendo que en nombre de los imperativos del mundo tecnofinanciero, la premisa neoliberal les ha fijado a los ciudadanos un horizonte casi que insuperable, del que se han proscrito los ideales de igualdad, justicia, honestidad, solidaridad... Mucho me temo que los grandes temas, es decir, los metarrelatos, en los que obviamente hay que incluir los grandes conflictos, no existen; lo que se da son soluciones técnicas, gerenciales, despreocupadas de sentidos políticos. Es algo así, como lo que aseveraba Francis Fukuyama, cuando se refería a la desaparición de la guerra fría y del equilibrio del terror: las sociedades humanas habrían logrado "el punto final de la evolución ideológica del hombre".
Tal premisa implica pensar en que las necesidades de los ciudadanos, mirados casi que exclusivamente como consumidores, y que mostraban la soberanía de la resistencia a un orden inequitativamente establecido, debían estar cumpliendo el sagrado deber neodarwiniano de adaptarse a los entornos comerciales y de alta competencia producto del librecambismo mundial.
Y este asunto se complica cuando lo que vemos es que no se trata solo de la supervivencia de los más fuertes, sino de los más veloces. En consecuencia, lo que está legitimado en este mundo es la república mercantil universal. Por eso, el sentido común nos señala que hay que vivir en un mundo globalizado "que además hay que verlo occidentalizado", tal y como lo predijo hace ya algunas cuantas décadas Peter Druker en su obra sobre la sociedad poscapitalista, en donde, por obvias razones no se ocultan los intereses estratégicos de las nuevas sociedades planetarias, sino que en éstas fortalecen sus alianzas los managers y los intelectuales.
Y lo más paradójico, es que estos dos personajes tienen puntos de vista enfrentados, pero en el fondo y si se les mira con un poco de detenimiento, lo que se descubre es que son dos polos indisociables, pero no contradictorios. Terminan cayendo en la cuenta de que el uno necesita del otro: el intelectual termina sintiendo la urgente necesidad de completarse con el manager; y éste, a su vez, si no encuentra su media naranja en el intelectual, termina convertido en un burócrata, en donde reina la visión del hombre/mujer de las organizaciones. Así, aparece un orden de connivencia típico de populismos mercantilistas y de utilitarismos intelectuales que hacen de la cultura y de la vida misma un orden meramente instrumental.
Creo que tienen razón, señores lectores, qué texto tan denso; pero lo tenía que decir, porque siento que esta vida nuestra en la forma como nos la pinta el mundo tecnofinanciero, se nos está convirtiendo en una farsa; y quiero enviar el mensaje a los personajes que manejan este mundo, que somos muchos los ciudadanos que sí nos damos cuenta de que se nos cierra el espacio para crear un planeta producto de un constructo social; que sí sabemos que nuestro lenguaje, nuestras palabras se erosionan, se vuelven huecas, vacías, gelatinosas, sin ningún vínculo de filiación afectiva, armada solo para la eficiencia geofinanciera.
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