Atónitos quedamos los colombianos con el derroche desorbitado de dinero en las últimas -como en otras- campañas electorales. El tope de inversión fijado legalmente para los candidatos, fue burlado en sumas siderales. El billete fluyó (¿salido de dónde?) por cantidades astronómicas, para comprar conciencias en el repugnante mercado de los votos.
La política quedó en manos de los ricos y también de los mafiosos.
Un aspirante sin liquidez es la pobre caricatura de una democracia mentirosa, exprimida por los caimanes que saben de los abordajes nocturnos. ¿Qué puede hacer un candidato sin recursos, compitiendo con otros que tiran el dinero a la jura?¿Qué sin el estiércol del diablo, qué sin ese barril de los puercos que todo lo mueve, que negocia el apoyo de los demagogos de palabra fácil, que alquila los espacios de la televisión, que hace rodar sus nombres por todas las cadenas radiales, que embadurna profusamente las piedras de los caminos y las paredes de cemento de las carreteras, que clava vallas por ciudades, aldeas y casas campesinas, que financia festivales, rifa cobijas, ollas de presión, mercados, radios, televisores, que paga las sedes que abren en los municipios y villorrios para que desde allí se oriente un electorado sometido a toda clase de coacciones, que paga perifoneos para que le hagan alharacas gritonas, que contrata automotores para que por plazas y caminos sirvan de medio a los turiferarios humanos encargados de endiosar al candidato, que arrienda el tiempo de los líderes para que deambulen por todas las trochas cantándoles hosannas, y que, además, unta opíparamente los bolsillos de los bochinchosos?
Saturado quedó el país de los ríos de leche y miel que, subrepticios, se deslizaron en caudales amazónicos. Fue golpeada psicológicamente la nación por una física agresión visual del dinero omnipotente obtenido nadie sabe cómo. Circularon los llaveros, ruanas de llamativos colores, calendarios, hojas volantes con ditirambos endiosadores. Hubo profusión de fritangas, tamales en frescos envoltorios verdes, carros de todas las edades regados por las veredas para hacer el acarreo del elector. El campesino fue atosigado por toda clase de influencias para que comprometiera su voto. Las elecciones fueron convertidas en una triste sancochería.
Hay un hueco sin fondo: los millones de millones que debe colocar en las faltriqueras de los aspirantes a la Cámara quienes, en otros departamentos, se responsabilizan de sufragar por quien busca desesperadamente llegar al senado.
Mauricio Vargas, tan objetivo en sus comentarios en El Tiempo, descubrió el lunes de esta semana esta aplastadora verdad: "Hay otro elemento aterrador. Como suele suceder, corrió mucho dinero para comprar líderes barriales que controlan puñados de cientos de votos. Hay curules al senado que costaron $10.000 millones de pesos…".
¿Qué puede hacer el Estado frente a esta vendimia impúdica? Imposible cohabitar con esa corruptela que desfonda el ejercicio democrático. Debe eliminarse la circunscripción nacional para el senado que burla la representación auténtica de las provincias, prohibir ¡si se pudiera! la elección de concejales, alcaldes y gobernadores. ¡Ahí está el epicentro de la más desabrochada corrupción!
La equivocación del legislador de halagar al elector con una fantasiosa soberanía, se ha transformado en indigno escenario de una democracia de papel.
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