Terminó el pasado domingo el trigésimo Encuentro de la Palabra, que cada año se lleva a cabo en Riosucio, desde 1984, durante el segundo puente de agosto. Fue idea de Otto Morales Benítez, llevada a cabo por César Valencia Trejos, bajo un lema amablemente desafiante: "En defensa de la provincia debemos librar todos los combates".
En cada encuentro se dan cita en el pueblo de las dos plazas los intelectuales más destacados, los pensadores más perspicaces y las voces más autorizadas. Allí hablan de lo divino y lo humano, con calidez, con cercanía, con una libertad que no hallan en otros certámenes.
En Riosucio hablan de sus gustos, de conocimientos recónditos, de inquietudes del espíritu, de aspectos de la vida que pasan inadvertidos. En fin, llegan a desnudar su faceta más humana y expresar lo mejor de su pensamiento.
Lo logran en el ambiente de permanente regocijo que se vive en Riosucio, del cual se contagian nada más llegados. Luego se enfrentan a oyentes de todas las edades, encantados con su sola presencia, resueltos a aprender sin desatar pedantes polémicas.
A falta de cenas de gala o encopetados cócteles, la parte social del Encuentro de la Palabra se desenvuelve en apacible bohemia. Así, se pudo tomar ron con Manuel Mejía Vallejo en La Fontana, escuchar a William Ospina disertar sobre el pasillo ‘Las acacias’ en la cantina de Demetrio o ver a Vicky Hernández resguardarse de un temblor bajo una mesa.
También, bailar ‘La caderona’ al lado de Otto Morales, en una madrugada lluviosa. O ver a ese encantador ególatra que era Rafael Humberto Moreno-Durán hacer de presentador.
Se podría escribir unas memorias de la parte humana del encuentro, que serían reveladoras de su alcance. Pero si ya no salen los anuarios que perpetuaron las primeras ediciones… Porque este certamen se hace con las uñas, y éstas las recortan cada vez más quienes deberían respaldarlo.
A lo largo de treinta años, por Riosucio ha pasado continuo desfile de inteligencias, que ni allí tienen conciencia de su magnitud: entre los novelistas figuran Héctor Abad Facio-Lince, Eligio García Márquez, Helena Benítez de Zapata y Óscar Collazos, y los ya citados.
Ensayistas como Pedro Gómez Valderrama, Fernando Cruz Kronfly, Adalberto Agudelo, Raymond Williams, Florence Thomas, José Chalarca, Héctor Ocampo Marín o Rubén Sierra. Poetas como Meira Delmar, Maruja Vieira, Guiomar Cuesta, Águeda Pizarro, Harold Alvarado Tenorio, Jaime Jaramillo Escobar, Juan Manuel Roca, Fernando Charry Lara, Jaime García Mafla, María Mercedes Carranza o Rogelio Echavarría.
Dramaturgos como Enrique Buenaventura. Entre los musicógrafos, Hernán Restrepo Duque y Orlando Mora. Cineastas como Lisandro Duque Naranjo. A su lado, pintoras y fotógrafas como Olga Lucía Jordán y Olga de la Cuesta. Y folclorólogos como Julián Bueno Rodríguez, Manuel Zapata Olivella, Octavio Marulanda.
Al repasar esta lista, que no es total, se puede concluir que el Encuentro de la Palabra de Riosucio es el Hay Festival de Caldas, y tiene más trayectoria que este certamen, que concita atención mediática porque tiene grandes patrocinios y se lleva a cabo en Cartagena.
¿Será que en el departamento alguna vez les prestan atención a sus propios valores? Por lo mismo que no lo hacen, se debe que concluir que treinta años es mucho, por más que el tango proclame que veinte años no es nada.
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Coletilla. Murió Carlos Arango, primer ídolo colombiano del fútbol profesional en Manizales. Éste puntero derecho samario fue el único titular nacional en el Deportes Caldas campeón de 1950. El resto era extranjero: el lituano Vitautas; el chileno Garrido; el peruano Villalba; el uruguayo Da Silva y los argentinos Luengo, Kérsul, Cativiela, Navarro, Gómez, Padín, Ávila, Tessori y Martino, quienes de la mano del Viejo Cuezzo nos dieron una alegría que debimos rememorar durante 53 años, hasta cuando el Once salió campeón en 2003. Había más colombianos, sí, pero no saltaban a la cancha sino para que los fotografiaran.
Arango fue la gran figura colombiana de los años 50, al lado del Caimán Sánchez y del Cobo Zuluaga. Se retiró muy veterano en 1963 o 64.
Hay que deplorar su partida. El de Carlos Arango es un nombre que no puede caer en el olvido para los aficionados al fútbol en Caldas, así no lo hayan visto jugar.
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