El debate por el menor precio de venta del hotel Termales del Ruiz por Inficaldas al hotel El Carretero, tiene la virtud de traer de nuevo a la conciencia colectiva tan hermosos y saludables manantiales, que durante las primeras ferias de Manizales fueron atractivos turísticos. Luego cayeron en el abandono y el olvido.
Sin saberse en qué terminará el asunto, es de celebrar que los termales hayan pasado a manos privadas. Sin ser ninguna maravilla, ese sector es algo más eficiente para administrar que las entidades públicas, lo cual se demostró con un balneario que debería estar ocupado todos los días del año.
Coincide esto con el propósito de desarrollar el turismo en Caldas, a causa de la declaratoria del Paisaje Cultural Cafetero como patrimonio de la humanidad. A pesar del entusiasmo de sus promotores, poco o nada se ha avanzado. Las causas son, entre otras, falta de conciencia y de valoración de lo propio, característica de parte considerable de los caldenses; incapacidad de pasar de la teoría a la práctica y falta de recursos, sempiterna.
La idea es buena, pues busca que los habitantes de los pueblos incluidos en tal declaratoria, descubran paisajes, arquitectura, gastronomía, artesanías, fiestas, tradiciones, y un largo etcétera. También, cómo pueden acoger a visitantes y turistas. Y una vez sepan cuánto tienen para mostrar, comiencen a ser sus propios guías y empresarios turísticos.
Todo podría hacerse aun sin contar con infraestructura, la cual se forjaría una vez el sitio figure en la agenda turística. Es decir, se trata de un proceso para mostrar resultados a mediano y largo plazo.
Para lograrlo, un grupo de expertos visita los pueblos para ofrecer un taller para crear conciencia de turismo. Lo hacen varias veces en cada uno, con exposiciones larguísimas y soporíferas, que casi siempre giran en torno de lo que se ha logrado en otros lugares por fuera de Caldas. Que si no lo cuentan, tampoco se entera nadie.
Pero nada de ‘meterse al barro’. No hacen inventarios de patrimonio, hotelero ni de restaurantes; no se sabe con qué cuenta cada pueblo, así esté a la vista, ni se capacita a la gente. En fin, prima lo teórico.
Esto lo comprobé al asistir a uno de tales talleres que se llevó a cabo en Riosucio en marzo, si la memoria no falla. Con ese tuve suficiente ilustración, pues uno de los asistentes contó que había ido a varios… para oír lo mismo.
Entre tanto, el potencial turístico de Manizales y de Caldas corre una carrera contra el tiempo: destruyen el patrimonio arquitectónico para levantar horrendos pajarates de concreto. Tradiciones como el Carnaval de Riosucio las perratean quienes deberían defenderlo. Las fiestas de otros pueblos se reducen a tenebrosos maratones etílicos, con competencias de boleo de botellas, lanzamiento de harina y combates a puñal, a los dulces acordes de reguetoneros y salseros, desaforados en decibeles y ordinariez.
Y lo cultural, lo propio, lo autóctono son escondidos como hijos bobos, como sucede en el Festival del Pasillo, donde se niegan a recuperar a los músicos de sus veredas. ¿Qué quedará, entonces, para mostrar cuando se ponga en práctica el programa turístico?
Manizales es un caso aparte, pues la ciudad malogra sistemáticamente las oportunidades de ratificarse como meca del turismo. Ésta es, prácticamente, su única esperanza de futuro, dado que no pesa ni comercial, ni industrial, ni políticamente.
La más reciente oportunidad perdida ocurrió hace diez años, cuando el Once Caldas ganó la Copa Libertadores y empresarios internacionales ofrecieron promover en el mundo los atractivos de la ciudad. ¿Quién agarró en el aire la propuesta?
Entre tanto, la feria es un pastiche en el cual ni su seudoandalucismo cuaja. Por una razón elemental: el manizaleño tiene tanto de andaluz como el zulú de ario.
Para desarrollar el turismo en Caldas hay que empezar por reconocer sus valores. Y no hay que buscar paradigmas europeos: basta con ver lo que hacen en el Quindío con las fincas cafeteras, así se hayan descarado con las tarifas.
A lo mejor, la recuperación de los Termales del Ruiz pueda ser un punto de partida. Porque la polémica por el menoscabo de las finanzas departamentales es otro tema.
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