Me sorprendí a mí mismo en días pasados justificando la "Ley Seca" que se decretó en varias ciudades del país, como medida para prevenir los desórdenes posteriores a los juegos de la selección Colombia en el mundial de fútbol. Digo que me sorprendí porque siempre he considerado que la restricción de las libertades nunca resuelve problemas, solo contiene sus manifestaciones. Sin embargo, es lamentable señalar que las diversas restricciones a libertades como el tránsito con "parrillero" en las motocicletas, el consumo de alcohol o el tránsito por determinadas calles y a determinadas horas, muestra resultados a la hora de minimizar las alteraciones del orden público en la mayoría de ciudades del país.
Decía Rosseau que "La naturaleza de las cosas no nos enoja; lo que nos enoja es la mala voluntad". Por extensión, podría decirse que no es la venta de bebidas lo que hay que restringir, siempre que hubiese un comportamiento mesurado y acorde con la emotividad de la celebración, en lugar de las expresiones de violencia con las que solemos encontrarnos, aún cuando estemos celebrando una misma alegría.
No es menos que absurdo el hecho que las manifestaciones de violencia, las riñas, las lesiones personales e incluso los homicidios se incrementen con las celebraciones de hechos significativos como las victorias de nuestra selección de fútbol, o en fechas especiales como el día de la madre, la Navidad o el año nuevo.
Ya en columnas anteriores he planteado que la eventual negociación con las guerrillas, deseable como es, no va a reducir significativamente las muertes violentas en el país, pues según estadísticas del Instituto de Medicina Legal, menos de 10% de las muertes violentas del país se deben al conflicto armado interno. Ya bastante nos hemos rasgado las vestiduras por las muertes que produce el solo hecho de vestir las camisetas de dos equipos en confrontación, pero más absurdo resultan las muertes en medio de personas que celebran vestidas con la misma camiseta. De ahí que lo que necesitamos para construir un verdadero escenario de paz está mucho más allá de las negociaciones, está en una reflexión profunda sobre la manera como la violencia se nos ha vuelto cotidiana y la manera como hemos legitimado sus expresiones.
Entiendo que una administración municipal haga uso de las herramientas que tiene a mano para prevenir el desorden, y vale más la acción preventiva, pero nada vamos a resolver de fondo mientras atendamos solo las expresiones, y no veamos en la marginación, la cultura de violencia, el deterioro de la calidad educativa, la falta de espacios de expresión, y muchas otras circunstancias estructurales, el origen de estas maneras absurdas de manifestarnos.
No soy un defensor del consumo de alcohol, sino de las libertades, que son las que permiten la realización plena y digna de los seres humanos. El problema no está en la botella, sino en lo que sale de quien ingiere su contenido.
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