Con frecuencia escuchamos que el mayor capital de un territorio es su gente, lo que en términos generales podría aceptarse, cuando se reconocen territorios con enorme riqueza natural, en términos de agua, minerales, biodiversidad o hidrocarburos, y sin embargo son identificados como territorios pobres y de alguna manera "atrasados", lo cual sugiere que se puede ser rico en capital natural, pero se será pobre si el capital social e institucional es precario.
Hace algunos días el gobierno nacional anunció medidas encaminadas al aprovechamiento del "Bono Demográfico" del que goza no solo Colombia, sino toda América Latina. De acuerdo a las proyecciones de CEPAL (Juventud y Bono Demográfico en Iberoamérica, 2012), las relaciones de dependencia entre grupos de edad mantendrán una tendencia favorable entre la población económicamente activa y la población dependiente (niños y adultos mayores), que alcanzará en algunos países hasta los primeros años de la década de 2040 y en otros incluso llegará más allá del año 2050.
Los expertos en demografía y en economía coinciden en que los períodos en que se da dicho balance entre la población que genera ingresos y la dependiente, son períodos de oportunidad para el crecimiento económico, el incremento de la inversión y el ahorro, de ahí la denominación de "Bono Demográfico". Pero también coinciden los expertos en que la "bonanza" que se puede esperar de tal fenómeno demográfico no se garantiza con la sola expresión de tal balance entre grupos poblacionales. En realidad, es un potencial cuya expresión depende de la adopción de políticas que incentiven la inversión productiva, fortalezcan las opciones de formación de los jóvenes, favorezcan la innovación, garanticen opciones de empleo y promuevan un ambiente social y económico estable, para que el desarrollo se instale en el territorio.
El mismo documento de CEPAL refiere que la tendencia positiva se empezó a manifestar en América Latina desde la década de los 70, y fue "madurando" hacia finales de los 90. Si pensamos en varios municipios de nuestra zona cafetera, así como la zona amazónica del Ecuador, gran parte del potencial productivo migró hacia Europa y Estados Unidos, y si bien las remesas alcanzaron proporciones significativas, el deterioro del capital social y el desarraigo de quienes generaban el ingreso, y la dependencia de los familiares que se quedaron en los pueblos (hijos pequeños y padres de edades avanzadas) ha derivado en otro tipo de problemáticas sociales que no encuentran compensación en el flujo de dinero desde el exterior. Tenemos evidencia cercana de la diferencia entre incrementar el flujo de dinero y construir un verdadero proceso de desarrollo.
Un momento de bono demográfico, que tiene un comportamiento cíclico, debe analizarse frente a condiciones como las actuales, en que las fronteras entre ciudades y países están cada vez más diluidas, porque puede existir distancia entre las aspiraciones de un país o una ciudad respecto del desarrollo que generen sus jóvenes, y las aspiraciones de los jóvenes de encontrar opciones para desarrollar sus proyectos de vida en otra ciudad u otro país.
La ventaja evidente del momento que vivimos en Colombia es que estamos frente a un fenómeno que nos ofrece al menos 30 años más de oportunidad hacia delante. Es decir, los períodos de los próximos 7 alcaldes, gobernadores o presidentes estarán enmarcados en estos momentos de oportunidad, de ahí que quienes aspiren a estos cargos deberían pensar en las políticas que aprovechen esta oportunidad que las poblaciones ofrecen, y no pretendan mostrar la inversión en educación y empleo de calidad únicamente como expresión de su compromiso social.
Para el caso particular de Manizales y Caldas, las próximas tres décadas pueden ser la oportunidad para que el departamento piense cómo revertir la tendencia de concentración de servicios e inversión en la capital y de paso reducir asimetrías. También ofrece la oportunidad para que la capital piense en el modelo de desarrollo económico que se debe promover y hasta dónde puede llegar la ocupación del territorio y el aprovechamiento de los recursos naturales, siempre invirtiendo en la gente, para que sea la misma gente la que construya dicho modelo de desarrollo.
El gobierno nacional que está iniciando ha anunciado recursos para un nuevo censo de población, lo cual puede ser importante para superar las dudas que dejó el censo de 2005. Al tiempo, las ciudades y los departamentos podrían prepararse para recibir sus resultados y utilizarlos, como debe ser, para proyecciones analíticas que vayan mucho más allá de reclamar transferencias del gobierno nacional. También debe ser la oportunidad para analizar la tendencia de envejecimiento, que vendrá después de manera natural, porque si no hay preparación suficiente y provisión pensional, las transferencias para la atención de una población envejecida enfrentará pasivos como los que actualmente arrastramos, y mayores aún.
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El diálogo entre entes territoriales, universidades, sector privado, y con los propios jóvenes, es más que necesario. Decisiones sobre los programas de formación, el balance entre inversión por sectores de la economía, los modelos de ocupación, la gestión de nuestro patrimonio natural, la participación política de los jóvenes, son apenas algunos de los insumos básicos para aprovechar el mayor potencial de nuestro territorio: su gente.
Finalmente, pensando en los jóvenes y su potencial, no puedo dejar de pensar en Andrés Felipe Calle, un joven egresado de una Universidad Pública, de quien hace cerca de dos meses no se tienen noticias, y no se sabe quién lo raptó y qué motivos tuvo para hacerlo.
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