Manuel Chiriboga fue un investigador y columnista ecuatoriano reconocido internacionalmente por sus análisis sobre ruralidad, acuerdos comerciales y política latinoamericana, con los que nos iluminó desde los 80 hasta julio de 2014. Su libro póstumo “Necesidad de la memoria” presenta una recopilación de más de ocho años de opiniones sobre Democracia, Gobierno y Desarrollo, y lo hace con el subtítulo “Apuntes de una crítica al poder”, lo que permite adivinar el carácter de las reflexiones presentadas frente a lo que ha sido la evolución de la institucionalidad ecuatoriana y latinoamericana en las últimas décadas. Pero de tales reflexiones lo destacable no es solo el contenido, sino el tono, pues si bien sus columnas dejan ver la profundidad y fuerza de sus críticas, nunca se alejaron del respeto, la responsabilidad y el buen juicio, atributos lamentablemente ajenos a muchos de quienes tienen vitrina en los medios.
En uno de sus escritos de finales de 2008, Chiriboga citaba a los sociólogos y politólogos chilenos Ottone y Muñoz, que en un diálogo sobre política decían que… “indignarse frente a las injusticias vale únicamente como primer paso para tratar de hacer algo provechoso en contra de esas injusticias…” La indignación, quizá perpetua frente a las acciones de “los políticos” de cualquier tendencia, no solo se ha hecho pública sino que ha alcanzado dimensiones de movimiento global, catapultada por la fuerza incontenible de las redes sociales.
En Colombia, el objeto de la última indignación masiva ha sido la venta de las acciones de la Nación en Isagén, y el sujeto inevitable de ella el presidente Santos. Anticipo, para claridad, mi desacuerdo con la venta, no solo por el carácter estratégico de la empresa sino por la manera como se dio la negociación, o al menos lo que se conoce de ella. Lo que no puedo es sumarme a la ola de indignación, y menos a la de las redes sociales. Podría apostar que muchos de quienes convirtieron en “tendencia” su oposición a la venta de Isagén en redes sociales, protestaron de igual manera contra el “robo” de la corona de Miss Universo, pidieron que se sancionara al árbitro que anuló el gol de Yepes frente a Brasil, y hace un año fueron Charlie por un par de días.
No por ello debe desconocerse el derecho a expresar el inconformismo. Lo que me hace desistir de sumarme a la ola de indignación es la certeza que la mayor parte de quienes se indignan se quedan ahí, en el primer paso, y evitan trazar un camino para que las injusticias se transformen desde sus estructuras. Es imposible precisarlo en cifras, pero alguna proporción de los miles de indignados son parte del 57% de colombianos que, habilitados para hacerlo, decidieron no votar en las últimas elecciones del Congreso. Peor aún, entre sus filas debe haber muchos que votaron sin enterarse siquiera de por quién lo hacían y cuál sería su agenda en el legislativo. Porque no les importaba, porque le hacían un favor a alguien que tenía presión de sus jefes políticos o porque vendieron su voto.
Son tan pobres las bases sobre las que se sustenta la indignación que sus motivaciones confunden discursos sobre soberanía nacional, impuestos, salario mínimo y acuerdos de paz. Y enfocan sus críticas en un solo sujeto, que ha de ser inmune a ellas.
No defiendo lo indefendible en las actuaciones del Presidente y sus ministros, pero no creo que sirva de mucho permanecer en el error de pensar que nuestro destino como nación es del ámbito exclusivo de sus decisiones. Poco hacemos de manera real por cambiar el rumbo de las cosas. Poco sabemos de hacer valer el peso de nuestra ciudadanía. Poco estamos dispuestos a hacer para transformar las injusticias. Nos indigna, por ejemplo, el escaso aumento del salario mínimo, pero pocos estamos dispuestos a formalizar y pagar lo justo y legal a quienes trabajan a nuestro servicio.
Volviendo a Manuel Chiriboga, cito una frase de otro de sus artículos, que en realidad retomaba palabras de Barack Obama invitando a reflexionar sobre nuestras polarizaciones e indignaciones, que en ocasiones esconden rencores, hipocresías y desahogos inútiles: “Yo creo que podemos hacerlo mejor”.
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