Desde hace dos semanas en distintos puntos de Manizales se han percibido los olores liberados por el derrumbe en el relleno sanitario de La Esmeralda. No voy a pretender emitir juicios o explicaciones a los hechos, lo que corresponde a la empresa y a las autoridades que, como bien han dicho, se han concentrado en atender la emergencia para luego poder iniciar las investigaciones respectivas. Lo que sí quiero es compartir una reflexión que tuvo inicio en una conversación de hace algunos meses con el gerente de EMAS, cuando discutíamos algunos aspectos de la separación y recolección de residuos, y entre ellos, la necesidad de revisar nuestro modelo de consumo y el volumen de producción de residuos consecuente.
De acuerdo con documentos técnicos de la Comisión Reguladora de Agua Potable y Saneamiento Básico -CRA-, los colombianos producimos (en promedio) 0,6 kilogramos de residuos sólidos por día, es decir, más de 27 mil toneladas diarias, de las cuales al menos 11 mil se generan en las cuatro ciudades más grandes del país. En esta materia estamos en los niveles de países como Australia o Estados Unidos, cuyos promedios rodean los 700 gramos diarios por persona, y nos alejamos de países como México, Turquía o Suecia, cuyos promedios están por debajo de los 400 gramos.
Obviamente los promedios esconden las variaciones, que según la misma CRA, pueden ir desde los 220 gramos diarios producidos por los habitantes de Madrid (Cundinamarca) hasta los 1,1 kg de los ciudadanos de Santa Marta. En dichos registros, Manizales aparece como una de las ciudades de alto volumen de residuos, con 0,71 kg por persona cada día.
Lo que además está relativamente probado es que hay algunos factores correlacionados con el volumen de residuos. El estrato socio-económico y el nivel de ingresos son algunos de ellos. Por ejemplo, mientras en Bogotá el promedio es de 0,75 kg, localidades como Ciudad Bolívar muestran promedios de 300 gramos en tanto Chapinero supera los 1.100 gramos diarios. Igual situación reporta Medellín, cuyos barrios de estrato 1 tienen promedios de 0,32 kg de residuos diarios por persona, mientras en el estrato 6 el promedio es de 0,69.
Para no ir más lejos, un estudio realizado en el municipio de Circasia (Marín, 2012), aunque evidencia mayores volúmenes, muestra las mismas tendencias, con promedios de 0,6 para el estrato 1 y 1,9 para el estrato 6. Pero otra cifra interesante del estudio es la que lo asocia con el nivel de escolaridad, pues mientras los hogares cuya cabeza tiene educación primaria llegan a promedios de 0,7 aquellos en los que su cabeza tiene formación universitaria se acerca a los 2 kg diarios, y los supera cuando el nivel educativo es el de posgrado.
Como ejercicio, hace algunos días pesé los residuos de papel, plástico, vidrios y salsas que generamos en mi familia luego de una comida comprada en una cadena de comidas rápidas. En una sola comida para dos adultos y dos niñas los residuos llegaron a 870 gramos.
Sin duda, las responsabilidades de quienes accedemos a mayores privilegios deben ser mayores, pero al menos en este aspecto parece que nos comportamos en contravía. Quienes vivimos en las zonas urbanas, tenemos mayores niveles de educación o tenemos mayores ingresos tenemos mayor responsabilidad ambiental, social y política. Lo digo en primera persona, porque la mayoría de quienes leemos este periódico, impreso o virtual, pertenecemos al menos a uno de los tres grupos que menciono.
No hay que desconocer que tanto la institucionalidad pública como las empresas de servicios públicos tienen todavía un largo trecho por recorrer hacia los métodos y propósitos de la gestión integral de los residuos sólidos y líquidos, pero además de reclamarles, a los ciudadanos nos corresponde reflexionar sobre nuestro modelo de "desarrollo" y consumo, que sigue privilegiando el éxito individual sobre la solidaridad, que confunde la felicidad con la acumulación, que compensa el deterioro con la capacidad adquisitiva, y que desconoce que todo privilegio o confort adicional que se obtiene, significa en la misma proporción una pérdida de bienestar para alguien más en el mundo. Si algo huele mal no son nuestros residuos, sino nuestro egoísmo.
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