Debo estar haciendo las cosas bien desde que no me hayan podido encasillar con ningún político. Hace dos semanas, en este mismo espacio, escribí sobre lo vergonzosa que había sido la campaña electoral hasta entonces, y varios lectores me tildaron de "santista". Por ejemplo, César Tulio Ramírez Duque escribió en el portal de lapatria.com: "SENOR SAMPER. Sus apellidos son de origen, rolo tiene que defender a sus paisanitos, y sus ELEFANTICOS...santicos y varguitas" (sic).
La semana pasada expresé que un Óscar Iván Zuluaga, amarrado con un proceso de paz firmado por Santos antes del 7 de agosto, podría ser el mejor escenario para Caldas y el país en estas elecciones. Ahí mismo me llamaron "¡Zuluaguista!" y "¡Uribestia!". El lector Ricardo Pérez me escribió lo siguiente: "Como a usted le preocupa estar horas en un aeropuerto y su vida parece girar en torno a los vuelos... entonces Zuluaga es su opción. Un aeropuerto no puede ser la excusa para darle el poder al fascismo".
Pues ni lo uno ni lo otro. Por los niveles de bajeza que han alcanzado nuestros políticos, prefiero no hacerle propaganda a ninguno. Los hechos hablan por sí solos. ¿Votaría usted por un candidato que, como Presidente, se atrevió a decir que "el tal paro agrario no existe" a pesar de que era evidente la escasez de productos agrícolas en las plazas de mercado, los medios registraban los bloqueos en Boyacá, Cundinamarca, Cauca y Nariño, y que finalmente dejó un saldo de al menos ocho muertos, 400 heridos y 512 detenidos? ¿Votaría por un candidato cuya campaña contrata una oficina de hackers para espiar al Gobierno, a los que hacen parte de los diálogos de paz en La Habana, e incluso a gente de sus mismas filas (entiéndase Pachito Santos), y que además como parte del contrato está el hacer campaña sucia y publicidad negra (al menos así lo dio a conocer en una entrevista el hacker español Rafael Revert)?
El candidato presidente Juan Manuel Santos puede que haya mejorado la imagen internacional de Colombia, al punto que dentro de poco no tendremos que sacar visa para viajar a la Comunidad Económica Europea. Sin embargo, no se conecta con el país, con lo que le sucede a la gente en el día a día, y cuando quiere parecer un hombre del común, sale la desafortunada foto de él en calzoncillos leyendo sobre un banquito. Su única carta es la de firmar la paz con las Farc y que el referendo que vaya a ser aprobado por los colombianos no exima a la guerrilla de toda culpa.
Por su parte, el caldense Óscar Iván Zuluaga siempre se ha visto postizo. Cuando habla en sus comerciales o en los debates, el movimiento de sus brazos es artificial. Robótico. No va acorde a lo que expresan sus palabras, pues su rostro es inexpresivo. Sus ideas sobre cómo mejorar la seguridad del país no tienen que ver con mejorar las condiciones sociales de los ciudadanos, mejorar su educación y su cultura. A Zuluaga (o más bien a su ideólogo y para muchos titiritero, Álvaro Uribe) le gusta más un Estado policivo. De ciudades llenas de cámaras, de vigilancia total. De un Gran Hermano. Y así y todo dice desconocer la función de un hacker.
¿Qué se puede esperar de personajes así?
Lo terrible de todo esto es que sus discursos ahora buscan satanizar a los electores. Quien vote a favor de Zuluaga, es un enemigo de la paz, dicen unos. Quien vote por Santos, es porque quiere a la guerrilla en el poder, dicen otros. El que vote por Santos es un sumiso; el que vote por Zuluaga es un pendenciero. Los palmicultores, ganaderos y empresarios apoyan a Zuluaga. Los que no quieren que se repita lo de Agro Ingreso Seguro (que daba terrenos a poderosos terratenientes para que cultivaran, más que todo, palma), el apoyo a los narcoparamilitares (que comenzaron como las famosas Convivir de Álvaro Uribe cuando fue gobernador de Antioquia, con el fin de proteger a los ganaderos), o desfalcos como el de Interbolsa o DMG (en los que han involucrado a Zuluaga, por ser ministro de Hacienda en ese momento), pues tienen que votar por Santos.
Con esos señalamientos, ¿buscan llevar a la gente a las urnas? Así y todo tienen el descaro de preguntarse por qué la gente ya no vota.
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