A la comediante chilena Belén Mora le llovieron rayos y centellas a mitad de año, cuando en el programa Morandé con compañía interpretó lo que ella consideró era el estereotipo de la colombiana que viaja al país austral: una mujer voluptuosa que se prostituye y que está relacionada de algún modo con el mundo del narcotráfico.
La pobre tuvo que salir a ofrecer disculpas por ese rol, luego de que hasta la Cancillería colombiana emitió un comunicado.
Ahora el turno es para el cuentachistes Rubén Lozano, que con su cara pintada de negro y labios rojo rubí -al mejor estilo de los minstrels estadounidenses de finales del siglo XIX- interpretaba en Sábados Felices al cabo Micolta. Un soldado negro, repentista y tonto. La organización Chao Racismo lo mandó a callar. Consideran que es una ridiculización y discriminación de los afrocolombianos.
Belén y Lozano, sin embargo, son solo espejos de una realidad que no queremos ver.
La ciudad chilena de Antofagasta acogió, según cifras del Ministerio Público, a 30.829 inmigrantes hasta finales del 2014. El 47% de ellos son colombianos, especialmente del Cauca y Nariño. Sin embargo, la criminalidad a día de hoy aumentó en 66,7% en esa ciudad, especialmente los homicidios relacionados con ajustes de cuentas por narcotráfico. También se incrementó la prostitución en esa región minera.
Si vemos las recientes telenovelas o seriados que han tenido éxito, que se transmiten en el exterior y en los que hay participación colombiana, casi todos están relacionados con drogas (Escobar, el patrón del mal; El señor de los cielos; Narcos) o tiene voluptuosas actrices colombianas haciendo de mamis (Sin tetas no hay paraíso). Sofía Vergara, por ejemplo, hace en la serie Modern Family una caricatura de lo que es una colombiana: sexy, voluptuosa, llamativa, y que, según su perfil en Wikipedia, "procede de un pequeño pueblo de Colombia que es la localidad con más asesinatos del país (…) menciona haber tenido contactos con los carteles, incluso durante su fiesta de 15 años". Pero nadie dice nada. Gracias a su rol, es la actriz mejor paga de los Estados Unidos y ha sido nominada tres veces a los premios Emmy.
Al final, Belén Mora lo que hizo fue un compendio de todo esto y lo metió en un traje ajustado con los colores de la bandera colombiana.
Y Lozano hizo lo que Sábados Felices lleva haciendo por 43 años: estereotipos. Él no tiene la culpa de que el humor de los colombianos no haya evolucionado al mismo tiempo que las expresiones políticamente correctas.
Además, Micolta -del que solo se sabe que es del Pacífico colombiano- no tiene la culpa de ser tan miserable. Es culpa del Estado. El Chocó, por ejemplo, ocupa el último lugar en niveles de educación entre los 32 departamentos. El 66% de la población de Buenaventura (Valle) es pobre. Y el municipio de El Charco, en Nariño, es, según el DANE, el pueblo más pobre de Colombia. Todos los anteriores mencionados son comunidades predominantemente afro.
Pero está de moda indignarse por estas cosas. Ahora somos una sociedad menos tolerante y más morronga. Satanizamos palabras como "negro", "indio", "cojo", "mocho", "gordo" o "ciego". Hay organizaciones que parecen un nervio expuesto -hipersensibles- que se molestan porque un tipo cuenta chistes con la cara pintada de negro, pero no se manifiestan ante la enorme corrupción que tiene a las comunidades negras del Pacífico sumidas en la pobreza.
No me gusta el tipo de roles que hacen Lozano o Mora. Me aburren los clichés. Pero el humor no debería ser políticamente correcto. Cuando al Negro Palomino lo cuestionaban sobre la carga racista de sus chistes, respondía: "Quiero mucho a los de mi raza. Tanto, que si tuviera plata compraría varios para mí". Y se reía. No veía pecado en la comedia. La forma de narrar sus chistes se hizo famosa por la descripción del personaje que los protagonizaba: "es un negro de pelo quieto, color caoba tono 46, aguado, pasado de melanina".
Pero eran otros tiempos. Hoy lincharía a través de Twitter al folclorista David Sánchez Juliao por burlarse, en un cómico acento libanés, de don Abraham Al Humor, que en su local de Lorica atendía por igual "al indio flojo, al negro pícaro o al blanco contrabandista".
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